Desde Huatusco
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ROBERTO GARCÍA JUSTO
EL AMOR DE CARMEN Y ATILANO
De las profundas y auténticas narraciones que encontramos en los archivos de la ciudad, están las que se pronuncian por un alto contenido de humildad y creatividad, dando forma clara y empírica al espíritu que la caracteriza. Vale la pena leer un poco de la trama para comprobar que el estilo tiene algo especial y que debemos atrapar con la esencia del pensamiento. Y esperar a que todo transcurra sin sobresaltos que hostiguen la perseverancia.
Esta narración la pone a nuestro alcance la profesora Angelina Sedas Acosta, heredera de las facultades ideológicas de su padre. Ella abre el libro de su corazón para que disfrutemos con sencillez lo que con facilidad expone. Esta es la vida de un huatusqueño que, como muchos otros, vino al mundo para compartir los espacios que nos proporciona la riqueza material y espiritual de una región preñada de anécdotas.
En el inicio del siglo pasado, la educación no tenía las dimensiones que ha alcanzado en la actualidad, por ese motivo, los progenitores de Atilano no se preocuparon por enviarlo a la escuela, de lo que sí se dieron prisa es, enseñarlo a cultivar la tierra para arrancarle los frutos suficientes para alimentarse. A los siete años de edad, apenas con la fuerza de un niño arrastraba el azadón para limpiar las fincas de café, aprendiendo a usar la moruna para chapear los matorrales que crecen en la parcela.
En ese vaivén de aventuras en el que estamos inmersos, quiso el destino que conociera a Carmen, cuando ella tenía quince años y él 25. Una jovencita de regular estatura y con una blancura que le daba especial atractivo. Al igual que él, trabajaba en las labores del campo, como resultado de la Revolución Mexicana, ya que, sus padres habían perdido todos sus bienes durante la revuelta.
Se confirma que la amistad rompe las barreras del silencio, ellos entablaron una relación bonita, donde el tema principal giraba en torno al sufrimiento ocasionado por la pobreza. La virtud de escuchar es una regla elemental en los seres humanos, se intuye que esto motivó para que él la llevara a vivir a casa de su modesta familia. La reacción de la parentela de Carmen fue violenta, lo tacharon de indígena ignorante, irrespetuoso, impedido para tocarle un dedo a distinguida dama. Por lo que, tuvo que pagar con cárcel su osado atrevimiento.
Sin embargo, a pesar de su inocencia, por primera vez, Carmen alzó la voz para pedir que lo dejaran en paz, su voluntad era casarse porque lo amaba. La autoridad atendió esta petición considerándola muy justa. Por lo que, procedieron a darle puntual complimiento. No terminó ahí el problema, la madre del novio quedó muy resentida y para vengarse la obligaba a realizar tareas fatigosas como ir a lavar al río, martajar el café, cortar y acarrear leña, así como hacer la comida.
Es la razón por lo que la pareja decidió mudarse al ingenio de el Potrero donde consiguió trabajo de peón. Su fortaleza y honestidad le abrió paso y los patrones lo pusieron como caballerango, responsable de alimentar los caballos para tenerlos listos cuando los necesitaran, eran el único medio de transporte. Aprendió a leer, pero no a escribir y resultaba curioso verlo hojear revistas y periódicos para nutrirse y aprender de ellos.
Esto transformó sus hábitos convirtiéndolo en una persona pulcra de modales refinados, dotándolo de un amplio criterio para opinar cuando se lo pedían. Cambió su forma de vestir al usar pantalones de casimir sostenido con tirantes, camisa de manga larga, botines de piel y sombrero de lana. En las fiestas del rancho se ponía su traje muy elegante. Setenta años duró el matrimonio de Carmen y Atilano hasta que la muerte los separó definitivamente. No lograron ver crecer a sus hijos porque tuvieron la mala fortuna de que morían antes o luego de nacer y la única que sobrevivió, falleció a los 22 años víctima de la tuberculosis.