27/07/2024

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ROBERTO GARCÍA JUSTO

EL MESTIZAJE GASTRONÓMICO

Luego del arribo de las familias que venían de España para colonizar esta localidad, los adultos se dieron cuenta que los gustos por la comida eran distintos al de ellos.

Los europeos no conocían la “galletita” redonda que se elabora con maíz y de un sabor no apetecible para su paladar. Con la confianza que les proporcionaron los naturales, a los pocos años comenzaron a fabricar hornos con barro de la región para cocer el novedoso pan.

Las tradicionales tortillas originarias que consumen los pueblos mesoamericanos, no fueron de su agrado por lo que, decidieron hacer su propio alimento. Sin embargo, esto no cambió la dieta para los mexicanos, más bien lo utilizaron como una porción para compartir y que les sirviera de estímulo ya que, con el tiempo estas dos piezas pasaron a formar el centro del sustento para la sociedad.

El interés por aprender la técnica de los tahoneros, creció en muchos hogares del corregimiento, se acondicionaron domicilios particulares con la finalidad a amasar la harina de trigo con manteca, agua, levadura y sal. Abrían las latas para convertirlas en charolas, los más pequeños de la casa, se encargaban de limpiarlas y acomodarlas una sobre otra, listas para ser utilizadas por el padre y los hermanos mayores.

La distribución del trabajo cumplía con su papel fundamental de asignarle a cada integrante de la casa, la tarea que le corresponde. La gente experimentada amasaba y daba forma a cada trozo.

Los más jóvenes iban por la leña para atizar la hoguera dentro del horno, las mujeres se encargaban de poner el punto fino a cada pieza antes de cocerla, luego las contaban y ponían en un canasto para que se llevara a los negocios para venderlo.

Lo que en un principio se veía difícil, finalmente los habitantes de todos los estratos sociales cedieron al placer y adquirían su porción en el estanquillo de su preferencia.

Los panaderos tienen la virtud de imprimirle un estilo propio lleno de sabor y color al producto que elaboran, con la fama adquirida, los marchantes sabían en donde obtener por ejemplo los cocoles de anís, laureles, rosquitas de ajonjolí, hojarascas y pambazos. Inclusive tomaban en cuenta la hora en que salían del horno para comprarlo calientito.

Actualmente la tecnología ha substituido el arte de hacer pan a mano que, poniendo en juego la fuerza del cuerpo se ejecutaban los trabajos de principio hasta el fin, era obvio que los panaderos sudaban copiosamente por el esfuerzo que hacían, salpicando con el líquido salado la mezcla que amasaban, ellos no se inmutaban y lo tomaban de una manera bíblica, ya que decían que comerían el pan con el sabor de su frente, también aseguraban que para darle forma a las limas se azotaba con dureza el amasijo en el ombligo.

Los lugares donde se expendía al menudeo, normalmente eran las tiendas de abarrotes, cinco piezas por cinco centavos, y nadie se despachaba solo, se pedía al encargado lo que se prestaba a diversión entre risas y bromas. –Señor por favor me pone dos chilindrinas, tres chamucos y unos calzones, dos doncellas y tres hojaldras. –Espere un momento, quíteme los calzones, me da un beso y dos mamones.

Todo pertenece al pasado, inclusive los vendedores que por las tardes recorrían avenidas y calles del pueblo con un canasto sobre la cabeza y en el hombro unas tijeras de madera para sostenerlo cuando iban a atender al cliente. Las amas de casa los identificaban por su inconfundible grito: ¡¡¡ pan caliente¡¡¡

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