27/07/2024

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ROBERTO GARCÍA JUSTO.

RECOLECCIÓN DE FRUTA.

Abre sus alas el mes de mayo y los corazones palpitan regocijándose por las mañanas iluminadas de un astro rey que nos despierta para contemplar los verdes bosques y matorrales acompañados de fervorosa armonía. Como el placer de un suspiro se extiende en el horizonte la mirada que busca hacia lo lejos el rescoldo mágico de la montaña. O las aguas del legendario río Citlalapa, que se nutre por el escurrimiento de los cerros Ocelotepec y Acaepec, dando vida a la tierra que reposa a su paso.

Allá por el año de 1945, abundaban por los alrededores los frondosos árboles de jinicuil, nogal, naranja, limón y guayaba. Se podía comparar con un pequeño paraíso en donde muchos jóvenes y niños, se recreaban con los obsequios producidos por la naturaleza. Era frecuente que la gente cargara una canasta, un tenate o un bote con agarradera de alambre, para recoger el mayor volumen de esta rica golosina fresca ya madura.

En las escarpadas lomas crecían las pomarrosas, un disfrute para el paladar, los racimos de tesguates, una frutilla jugosa que, al hacer contacto con la lengua, se tiñe de morado. Entre las matas de zarza había que tomar con habilidad las moras, debido a que las ramas están llenas de espinas que al menor movimiento rasga la piel. La semilla del cacao, proporciona una reacción agridulce, pero el placer era más grande.

Temblaban las manos de los habitantes de la región al sostener el humeante jarro de atole caliente, hecho con aquella variedad recién cortada, mora, guayaba o cacao transformado por doña felipita piccie, en el metate lo molía para obtener el riquísimo chocolate. Las aguas frescas calmaban la sed, además de servirlas durante las comidas. Había de donde elegir, naranja, limón, mora o guayaba.

La producción y comercialización de vinos, licores y dulces como resultado de la recolección generosa del campo, fue una oportunidad para que las familias, carentes de recursos económicos, se dedicaran a esta ocupación, convirtiéndola en una importante fuente de ingresos. El confite casero tuvo auge y mucha demanda por ser sabrosa, nutritiva, limpia y barata, se crearon talleres artesanales en donde aprendían novedosas combinaciones para satisfacer a los consumidores.

Ates, jamoncillos, macarrones, cocadas, galletas de piloncillo, palanquetas, panelitas, naranjas curtidas rellenas de coco, guayabate, trompadas, una variedad de manjares se vendía en los changarros del centro y la periferia. Para redondear esta corta narración, les invito a leer la siguiente poesía de Enriqueta Sehara de Rueda.

NUESTRO VINO DE NARANJA. “A don Paco, un español, / le dijeron sus amigos:/ -pruebe este vino señor,/ la opinión necesitamos/ de usted, que es buen catador.// Y tomando entre sus manos/ una copa de aquel vino/ don Paco dijo al momento/ “este es de Málaga y bueno/ que en vinos es un portento.”// -No señor se ha equivocado/ “pues será de consagrar/ este vino generoso/ me parece un Moscatel/ por lo dulce y lo sabroso.// Será un jugo de Valencia/ que tiene viñas de oro”/ -No señor, vea usted el sello/ es el vino de naranja/ de la gran casa de Arguello.”

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