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ROBERTO GARCÍA JUSTO.

¡ VÍVA LA REVOLUCIÓN, MUERAN LOS PELONES. ¡

El 31 de mayo de 1911 el general don Porfirio Díaz Mori, fue exiliado en Francia, despedido en el Puerto de Veracruz con los honores que le rindieron al detonar 21 cañonazos. Antes manifestó ante la comitiva que lo acompañaba: “Compatriotas, me voy de mi país, pero si en algún caso de intervención que quieran apoderarse de nuestra patria, yo estaré con ustedes para defenderla, ¡Viva México ¡, adiós.” 

Como presidente de la República Mexicana interinamente quedó Francisco León de la Barra y luego don Francisco I. Madero, quién después de la denominada decena trágica, fue asesinado, junto con el licenciado José María Pino Suárez, el general de brigada don José Victoriano Huerta asumió el cargo. Esta quizá fue la etapa más cruenta de la Revolución de 1910, porque de febrero de 1913, a noviembre de 1914 se desató una cruenta lucha por el poder encabezada por el gobernador de Coahuila, don Venustiano Carranza.

Siendo jefe de estado, Huerta incrementó la plantilla del ejército reclutando a jóvenes civiles en lo que se llamó la “leva”. Por lo tanto, esta acción no le redituó buenos dividendos, debido a que la mayoría de los nuevos soldados, no tenía ninguna preparación en el manejo de armas ni las ordenanzas de los que se forman en las filas militares. Por lo tanto, eran desordenados y siempre estaban buscando la oportunidad de desertar de un organismo que no habían elegido por no tener vocación.

Una prueba de esta referencia, nos la dieron aquí en esta ciudad los 30 soldados que resguardaban la plaza y que la gente los ubicaba como los “pelones”. Crónicas de aquella época relatan que actuaban con prepotencia al exigir comida y hasta dinero a los negocios del centro de la localidad. Su comandante, el teniente Rómulo Huerta trataba de mantener controlada a la tropa, sin embargo, ésta no acataba con precisión las instrucciones dadas por su mando.      

Sucedió un día 29 de octubre de 1913, la población del centro y la periferia, despertaron sobresaltados debido a las balas disparadas en la madrugada, por la cantidad calcularon que se trataba de un enfrentamiento donde habría muchos muertos y heridos. Temerosos y con las debidas precauciones, al aclarar el día, salieron de sus casas para encontrarse con un panorama dramático en comparación como lo habían imaginado. Tirado en medio de las calles y avenidas por culpa del aguardiente, permanecía la soldadesca todavía bajos los efectos del alcohol, dando un espectáculo fuera de lo normal.

Se comentaba que lo más criticable había sido la reprobable acción de haberse dedicado a saquear los puestos del mercado Juárez, la mayoría de los comerciantes perdieron su mercancía. Ya que, aparte de lo que pudieron haberse llevado, quedaron regados por todo el pasillo, rebozos, vestidos, sombreros, huaraches, zapatos y productos para la comida, como arroz, frijol, maíz y verdura. La gente comenzó a recoger para aprovechar lo que estaba tirado y en buen estado.

Una de las bodegas más prestigiadas de la región donde distribuían telas finas, de raso de seda y algodón, brocados franceses, encajes de Bruselas, piqué español, casimires, gamuza y terciopelo de cristal. Todo quedó en completo desorden y vacío. Su propietario don Nicolás Freda lamentaba el que hayan abierto la caja fuerte donde guardaba dinero efectivo, joyas como collares y piedras preciosas que se encontraban ahí precisamente porque habían sido empeñadas.

Aparte del café, la riqueza de la zona ha sido el comercio, por lo que, existían lo que se llamaban tiendas fuertes cuyos dueños eran extranjeros como “La Ciudad de Oviedo” de don Benigno Torrelama. “El Paraíso” de don Adán Gutiérrez. “La Ciudad de Londres” de don Federico Quezada. Y otras más que sufrieron el pillaje.          

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