14/05/2024

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Desde Huatusco

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ROBERTO GARCÍA JUSTO. 

LA ZONA CAFETALERA. 

Hoy vivimos de los recuerdos, de aquellas cosas bellas que se nos han escapado de las manos y que ha transformado al mundo que nos rodea. Huatusco era un municipio libre y soberano, aislado del bullicio generado por el crecimiento industrial, de la tecnología que, en los últimos 25 años, se ha visto incrementada por la fabricación de aparatos electrónicos que conectan a la humanidad. Envuelto en una amenaza, fundada en la contaminación que se expande por el aire y los ríos donde se depositan los desechos que ponen en peligro el equilibrio ecológico.    

Situados en un lugar privilegiado por la existencia de dos visibles barrancas, que no tienen edad porque nadie es testigo de su nacimiento.  Allá en el fondo se deslizaba un caudal de aguas cristalinas que reflejaba el brillo de un sol que iluminaba el espacio. En las faldas de esta loma curvada, reposa el caserío que corresponde a una Ciudad, cuya figura tiene la forma de un anciano que descansa después de una larga jornada, recargando su cabeza en un milenario cerro  que llamamos del Acatepec, misterioso y antiguo.     

Las horas transcurrían sin que nadie las perturbara, el clima presumía su benevolencia por acariciar con sutileza la piel del ciudadano. Para mayor exactitud solo recordaremos que todo giraba en torno a los últimos días del mes de noviembre. Las ideas funcionaban con una exactitud equiparada con las estaciones del año, que no vacilan para presentarse en el momento justo y preciso. La alimentación venía del campo, frutas y verduras se producían en armonía con los efectos lunares.    

Los fogones se activaban por el calor de la leña seca que despedía su olor característico a humo cristalino, y en la hornilla, una olla de barro lista para cocer el atole. Que para hacerlo se molía maíz remojado en el metate, agregándole panela y canela para revolverlo con moras hervidas. La comida se componía de la sabiduría mestiza, combinada con española e italiana para elaborar unas deliciosas pastas, como los tallarines, macarrones, rabioles y la famosa polenta que se disputaban la preferencia con la tortilla de maíz hecha a mano. 

Era una época recomendable para almacenar los principales alimentos. En la mayoría de los hogares se guardaba en la alacena de madera la manteca de cochino para cocinar, maíz, frijol, chile seco, piloncillo, azúcar de caña y café molido. Además de condimentos y especies que en frascos bien secos se conservaban en buen estado. La mermelada casera era consumida con un pambazo doradito y en ocasiones especiales la miel de abeja servía de postre. 

La mora, la guayaba y la naranja, son frutas que abundan en la región, con ellas se preparaba agua fresca, una bebida que se consideraba saludable. El dulce casero tenía mucha demanda porque costaba menos. Era un arte preparar los guayabates, las trompadas, palanquetas de cacahuate, muéganos, panelitas de coco rallado, los jamoncillos, ates de tejocote, calabaza curtida, duraznos e higos. Lo admirable es que las amas de casa sabían cómo hacerlos, bastaba tener todo a la mano.  

La excelencia de los vinos con productos de la región era reconocida en los municipios de la zona cafetalera. La demanda no tenía límites, ya que doña María Heredia poseía la fórmula perfecta para agregarle al aguardiente capulín y naranja, que aseguraba   tener efectos medicinales. Por lo que era variable su producción que combinaba con plantas naturales como el necaxani o el tlanichicole propios para las mujeres recién aliviadas de parto. En estos recuerdos del ayer, faltan muchas cosas por mencionar, es una breve referencia para que no olvidemos el pasado, distinto al presente que nos rodea impactando la forma de vivir en armonía

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