26/07/2024

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Desde Huatusco

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ROBERTO GARCÍA JUSTO.

LA PRINCESA DEL SEÑORÍO DEL GRAN CONEJO.

 Lo escribo una vez más y no me cansare de repetirlo, investigué narraciones de lo que fue el Señorío del gran conejo; se conservan algunas costumbres que con mucho esfuerzo fueron tejiendo los moradores, respetuosos de la paz y amantes del trabajo. Dicen que ha sido un hábito de los viejos recordar hechos del pasado, con el fin de tener a la mano la experiencia vivida y evitar cometer las mismas equivocaciones.

Este es un relato muy antiguo y poco conocido que nos remota a la época cuando en esta florida región, gobernaba un soberano reconocido por su capacidad de impartir justicia entre las familias que entraban en conflictos. Además de sus cualidades humanas, la diosa de la fortuna le concedió la dicha de procrear una heredera. A la que muchos consideraban una bella doncella, que había llegado a la edad propicia para elegir esposo.

El encanto de la princesa, atraía a los mozos más destacados de la comunidad, por esa inocencia la asediaban muchos pretendientes con múltiples regalos tratando de llamar su atención para que se fijara en ellos. Sin embargo, desde niña había albergado en su corazón el afecto en un mocetón que se había convertido en un noble y valiente guerrero.  Sellaron su compromiso el día que él trampeo un hermoso conejo blanco y lo puso en sus manos en señal de admiración y preferencia.       

Los padres conmovidos por esta elección muy acertada, fueron testigos del momento cuando, en el interior de la mansión, el joven enamorado con respeto y emoción expuso: –toda mi vida está en tus manos, mi amor te pertenece. Para concretar el compromiso respondió la dama: –mi amor será para ti y el tuyo mío. Desde ese instante iniciaron los preparativos de la boda, la gente se manifestó contenta por todos los rincones del territorio deseándoles un final feliz.

  El día de la gran ceremonia nupcial el centro del pueblo lucía como una fiesta patronal, el gran sacerdote obligado para el evento esperaba a la pareja para unirlos según la tradición. No presentían la tragedia que iban a presenciar debido a que el oficiante, amaba a la futura esposa y había jurado vengarse por no haberlo aceptado. En el momento que los tomó del brazo para unirlos, murmuraba unas extrañas palabras ineludibles, convirtiendo a la casta niña en un blanquecino conejo.

Aturdido por la impresión causada, el señor gobernante tomó del cuello al transgresor y lo arrojó a la enorme hoguera donde murió quemado. Sus lágrimas corrieron por sus mejillas incontrolablemente, aseguran que con ellas se formó el río Citlalapa que se desliza por el lado norte de la ciudad. Con ternura el muchacho prodigaba cuidados especiales al manso animal para el cual no encontró la fórmula y deshacer el encanto.  Dios, desde la altura observó el principio y final de los acontecimientos y, con su enorme sabiduría consoló al doliente con estas palabras:     

“” Nadie puede dudar que adoras este lugar donde naciste y te formaste como buen mancebo, fuiste favorecido por las bondades del enamoramiento que un demente destruyó con su maldad. No temas, te quedarás aquí para siempre, te convertirás en un cerro llamado Acatepec, y eternamente vigilaras el extenso Señorío del gran conejo”.  

Ahí crecieron los carrizos y se formó en su explanada un florido bosque para resguardar en su seno la leyenda que con el transcurso de los años se convirtió en un símbolo del escudo de Huatusco. 

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