14/05/2024

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COLUMNA/ Desde Huatusco – Paulota

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ROBERTO GARCÍA JUSTO

PAULOTA

Para que las nuevas generaciones conozcan las costumbres y los hábitos de la sociedad de principios del siglo pasado. En el año de mil novecientos inició lo que sería el fortalecimiento del desarrollo de una forma de producción agrícola, ganadera y artesanal distinta a la prevaleciente. Donde la concentración de capitales tanto foráneo como extranjero, bienes muebles e inmuebles del país, se concentraron en unas cuantas familias que dirigían los destinos de los pueblos, las regiones, los estados y el País.

El aislamiento en que se encontraba la zona de las altas montañas, permitió organizar un sistema de relaciones sociales que se fundamentaba en seguir el ritmo que existía en otras metrópolis. Y con ese afán de subsistir dentro de un ámbito moderno, se crearon los mecanismos educativos acordes con la época. Por esa razón no se careció de buenos espectáculos, que dieron fama a esta localidad por sus obras de ópera y zarzuela en el Teatro Solleiro, las charreadas, corridas de toros, boxeo, cine y sobre todo un desfile de artistas de prestigio internacional.

A veces preguntamos ¿Quién trazó las calles y avenidas de la Ciudad ¿. Rectas desde el oriente hasta el poniente y de norte a sur una verdadera delimitación de espacios que provocan la sencillez de su recorrido. El parque Zaragoza como centro de una mesa y a los costados el templo de San Antonio de Padua, una construcción que duró cuarenta y dos años y que después de tanto sacrifico del pueblo, al fin se inauguró en 1982. En el lado opuesto el Palacio de gobierno que, si bien no fue construido para ese fin, hoy cumple con ese objetivo.

De acuerdo con las crónicas de los que nos antecedieron, por el año de mil novecientos quince, recién iniciada la Revolución de México, en las calles empedradas y llenas de puentecillos para evitar mojarse con el agua sucia de las casas y la llovida del cielo. Era frecuente encontrar bestias cargadas de café, de maíz y otros granos, indispensable para el sostenimiento de la familia. Enormes tiendas se encargaban de comprar la cosecha, almacenarla para embarcarla a otros destinos, surtiendo las ciudades que requerían de productos del campo.

En ese ambiente de muchos contrastes provincianos, se podía encontrar mujeres de singular presencia y especial solvencia. Una que los parroquianos tenían identificada era Paulota. Su estatura de más de un metro setenta centímetros además una complexión física fuerte que combinaba con su voz inconfundible. Impresionaba por su manera de moverse al caminar, sin llegar a exagerar su aire saleroso lo combinaba con una sonrisa de niña que rejuvenecía cuando se platicaba con ella.

Además de lo descrito, su innata habilidad para el comercio se sobreponía a cualquier obstáculo, debido a que los alimentos que elaboraba eran de un sabor exquisito. Por las mañanas cargaba en la cabeza su canasta con tamales, de elote con chile, rancheros en hoja de plátano o de cualquier otro guisado. El olor despertaba el apetito a esas primeras horas cuando el estómago pedía algo para calmar el hambre. Lo servía con esa gracia de mujer sana, llena de energía y la seguridad de sentirse admirada.

El pueblo la conocía por Paulota, nadie preguntaba por sus pormenores, ni siquiera donde vivía, lo que importaba eran sus buñuelos doraditos con bastante azúcar y el pan de dulce que ofrecía con delicadeza. En su rostro se adivinaba el placer para desempeñar su trabajo. Pero lo que realizaba al final era sorprendente, llegaba a su casa contenta de haber vendido todo y en una bolsa reunía las monedas y los billetes de la venta. Uno a uno los contaba para repartirlos. Un tanto para comprar material y hacer más platillos y otro para los gastos de la comida de sus hijos, le alcanzaba y a su vez que guardaba un pequeño ahorro para cuando algo hiciera falta. Como ella había otras que con menor frecuencia figuraban en esta amorosa tierra del trabajo y la alegría.

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