12/05/2024

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COLUMNA/ Desde Huatusco – Mayo, mes del rosario

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ROBERTO GARCÍA JUSTO

MAYO, MES DEL ROSARIO


El señor tiempo va borrando de una manera incomprensible las costumbres y las tradiciones de las comunidades; cuando no se conocen las fechas y cantidad de festividades religiosas que nacen y crecen por la convicción de los pobladores que se niegan a perder una creencia prohijada por la iglesia. De vez en cuando recogemos los recuerdos que se conservan en la memoria de algunas familias que se obstinan en el pasado como si existiera un compromiso firmado bajo las reglas del respeto y la honestidad, a la que se recurre cuando se convoca a la convivencia.

El Cura Enrique Trejo y Domínguez dejó en el interior de la sociedad católica huatusqueña un legado importante, lleno de motivación y alegría, cuyo contenido está basado en la fe, para lograr propósitos benéficos a la mayoría. Su aspiración fue clara y precisa, se dio cuenta que estaba en sus manos realizar una misión especial. Y para cumplirla tenía que poner en práctica toda su sabiduría, acompañado de la influencia lograda por sus actos desinteresados, ante una congregación dispuesta de sumarse a su proyecto.

La estrategia le dio buenos resultados en virtud de que consiguió valiosos aliados que se entregaron a la causa de este prudente pastor que supo aprovechar las ventajas que le ofrecía un medio especial para ser re catequizado. De ese modo instruyó a sus ayudantes para que en cada templo o capilla se venerara la figura de un Santo. Y, para cumplir con este propósito nombró las mayordomías que se encargaban de organizar los festejos, siendo estos tan exitosos que los responsables duraban en el cargo varios años.

En los primeros días de mayo, fue la fecha elegida para que se celebrara a San Isidro Labrador. Patrono de la Villa de Madrid España, que dedicó su vida al trabajo de jornalero y agricultor, al lado de su esposa María, poseedora de una gran devoción. En aquel tiempo los feligreses apartaban con un mes de anticipación su misa en el Templo de San Antonio de Padua. Para recordar que estaba próximo el festejo, que iniciaba con una serie de eventos que alertaban la víspera de la celebración.

Existía seriedad y responsabilidad en todo lo que se programaba; ocho días antes, las campanas mayores repicaban con intensidad a las once y media de la mañana lo que se denominaba como los tlachicometes. Lo mismo ocurría el día señalado, a las cuatro con treinta minutos de la madrugada, en ambos casos una nutrida explosión de cohetes disparados al cielo, anunciaban con su estallido que la fiesta del abogado de los campesinos había iniciado. El Padre Trejo leía una oración corta y precisa de la vida y milagros del Santo, frente a un conglomerado compuesto principalmente de cafeticultores, cañeros, ejidatarios y pequeños propietarios del medio rural.

Terminada la misa de las siete, los asistentes salían en procesión cargando sobre los hombros, la figura de San Isidro, hecha de madera tallada, en dirección al domicilio del mayordomo. Rezando el Padre Nuestro y el Ave María en voz alta, como agradecimiento por las bondades recibidas durante el ciclo que dura la cosecha. También combinaban una serie de promesas y peticiones con la finalidad de que la temporada futura, no fuera consumida por las plagas, la sequía o las abundantes lluvias. Terminando con esta reconciliación espiritual, pasan a sentarse en la mesa donde se les servía un suculento desayuno.

Antes de empezar a comer persignaban el platillo, en el nombre del padre del hijo y del espíritu santo, luego servían espumoso chocolate donde mojaban el sagrado pan, que amasaban los tahoneros, especialmente para este acontecimiento. Sin faltar las memelas de frijoles, picadas con chile comapeño y chicharrón. Al término del convivio se recitaba un último rosario. Correspondía al propietario de la casa dirigirse a los presentes con el debido respeto para agradecer la presencia de los que venían del campo, se despedían contentos porque tenían la seguridad de que, las virtudes y dones de San Isidro los protegería de las inclemencias del tiempo. Hay que destacar que, entre los mayordomos se llamaban compadre.

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