Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO
EL ARTESANO.
Gabriel Rodríguez Montero, es un nombre que, como el de la mayoría de los huatusqueños, no tiene ninguna relevancia en la historia oficial.
Se calcula que nació en el año de 1871, por lo que, como ciudadano trabajador y honesto, montó un taller artesanal en su domicilio de la avenida Progreso, a la que posteriormente se le cambió la nomenclatura por Úrsulo Galván y actualmente avenida Uno.
Su éxito tuvo resonancia en lejanas tierras como Tlacotalpan, Puerto de Veracruz y naturalmente en toda la zona cafetalera que comprende catorce Municipios.
Su especialidad estribaba en la fabricación a mano de hermosas sillas de montar, chaparreras y cuartas de piel de cuadrúpedo. Cuya calidad descansaba en la suavidad de las piezas y el terminado con adornos bordados con hilos y botones de plata.
A partir de ese ejemplo, crecieron las adquisiciones y también se multiplicaron los centros dedicados a esta y otras actividades. Talabarteros, herreros, curtiduría, fabricantes de puros, de velas y veladoras, zapatos, hasta de cerillos y cerveza artesanal.
En esa época se equilibró el mercado, ya que no había excedentes, todo se consumía de acuerdo a ley de la oferta y la demanda.
Es preciso aclarar que los artesanos son auténticos representantes de la cultura mexicana. Nacen desde el momento que la comunidad desarrolla su talento ya que, en su mayoría son autores de diseños muy atractivos e ingeniosos. Y lo podemos corroborar en los lugares donde se confeccionan rebozos, sombreros, muebles de madera, macetas, jarros, ollas y cazuelas de barro, morrales, canastas, bolsos de palma o estambre.
En fin, son múltiples los objetos que se elaboran en esos santuarios de la evidencia. La razón para darles la importancia necesaria, consiste en la capacidad que posee cada grupo de operadores para descubrir sus propias virtudes que la naturaleza otorga para diseñar con maestría los distintos artículos que inundan las plazas y galerías.
Abrieron las entrañas de la tierra para aprovechar su contenido, el barro, la arena, las rocas, las maderas finas, el bambú y la palma, entre otras muchas cosas que sirven para darle el tratamiento razonable y maravillar el mundo.
En aquella época de inventivas y apasionada lucha por la sobrevivencia, don José Orozco repetía constantemente: “todos los conocimientos que aprendí de mis padres, se los enseño a mis hijos con el fin de que adquieran responsabilidad, formalidad, respeto y disciplina.
Es la herencia más valiosa que me dejaron”. Debido a ello, las Autoridades Municipales reconocía su esfuerzo y dedicación. Hasta el año de 1947, se celebró el “Día del artesano” en esta localidad.
Se acordó que fuera el 19 de marzo, como se hacía en otras partes del País. Al amanecer se entonaban las tradicionales mañanitas en el atrio de la Iglesia. Los familiares del gremio se disfrazaban de distintos personajes y cubrían el rosto con una máscara para bailar. Los músicos entonaban alegres piezas como el paso doble o un vals, para continuar con el movido charlestón.
La comida se servía en la casa de alguno de ellos y los más jóvenes organizaban día de campo al río para disfrutar de tacos, panbazos y refrescos. Así se cumplía con una costumbre que se fue perdiendo, de tal forma que ya nadie se acuerda de ella.