Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
HUELLAS DE NOSTALGIA.
Como lo hemos venido manifestando no obstante, de haberse mantenido este municipio como un lugar incomunicado durante muchos siglos, por falta de una vía adecuada que se dispusiera para hacer posible el tránsito de personas y mercancías. Para el trasiego alternativo fueron los caminos de herradura que hasta 1950 cumplieron cabalmente el compromiso de llevar y traer un volumen importante de elementos indispensables para el desarrollo interno.
La mayoría de las casas estaban construidas de canto y cal, en los techos de madera se asomaban las inconfundibles tejas, un adorno que se fundía con el humo que salía de la cocina. Era un tipo de estructura creada por los naturales, siendo de esa forma como se protegían de los aguaceros que son frecuentes en la zona. Además, los relámpagos y los rayos imponían temor a los habitantes que de ese modo encontraban cierta tranquilidad.
Calles solitarias que daban aspecto de abandono y olvido, debido a que un número incalculable de ciudadanos abandonaron el pueblo para buscar un futuro más aleccionador. Hasta 1947 se guardó un respetuoso silencio, todos los días salían grupos de personas rumbo a Coscomatepec, era la curiosidad de observar como las potentes maquinas tiraban árboles y destrozaban rocas en su afán de abrir paso a la nueva carretera que entrelazaría a Córdoba-Fortín-Huatusco-Xalapa.
Hubo que pasar por accidentes muy lamentables para suspender los viajes a otras ciudades, había que esperar a que pasaran los meses de temporada de lluvia para que se programaran las salidas. Al término de estas, como una especie de admonición, corría el rumor de que llegaba la época de la guayaba. Dando a entender que la crisis económica se apoderaba de la región y no había forma de enfrentarla. Los abuelos impusieron una estricta disciplina para no desperdiciar nada y poder encarar las necesidades más apremiantes.
Por todas estas inconveniencias, las calles de terraplén se sustituyeron por empedrados, con ello se buscaba conservar la humedad y evitar los encharcamientos. Esa fue la obra que dejó en todo el país don Porfirio Díaz, quién también mandó a que la autoridad municipal instalara tres pararrayos. El primero en la torre del templo de Santa Cecilia, que en aquel tiempo ocupaba el corazón de Huatusco, el segundo en el de San Antonio de Padua, antes de que se construyera el actual y el tercero en el techo del Teatro Solleiro. Buscando con ello dar seguridad a la familia.
El Reglamento de Policía prohibía estrictamente que se utilizaran las banquetas para el secado de cereales como el café, el maíz, cacahuate y picante. Sin embargo, los campesinos violaban la disposición, ya que, muy temprano, al advertir que sería un día de sol, sacaban los petates para asolear la semilla. Cuando estaban secas las guardaban en costales y dejaban todo limpio, antes de que se diera cuenta el personal del H. Ayuntamiento.
Describir el Huatusco de antaño nos lleva a sentir los efectos de la nostalgia, cuatro veces ha cambiado su suelo de terracería a empedrado, luego adoquín y finalmente una capa de concreto nos cobija. No había tanto ruido producido por radios, televisores, automotores, sumando a los vendedores de gas, compradores de chatarra y anunciantes de los fallecimientos.
Finalmente, la introducción del primer vehículo tripulado por el hombre, se hizo cuando la Revolución Mexicana casi tocaba su fin. Era el periodo de don Adolfo de la Huerta y México intentaba recuperarse de la fe perdida. Sin embargo y para regocijo de los habitantes de esta localidad, se introdujo el primer automóvil modelo 1920 y con ello se inauguró una nueva era que a la fecha no sabemos hasta donde vamos a llegar.