Desde Huatusco
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ROBERTO GARCÍA JUSTO.
QUE LA HISTORIA NOS PERDONE
En el mismo nivel que destacan otras ciudades por su lucha heroica durante la guerra de independencia (1810). También Huatusco debe mencionarse como una de las regiones que padecieron el impacto ocasionado por la tropa de los dos bandos que se disputaban el poder político, económico y territorial. El incendio y saqueo de los ranchos y casas habitación de la zona rural y urbana, fue uno de los factores que obligaron a las familias a dormir en los templos o las cuevas de los cerros circundantes.
“Nada se abulta ni se pondera, y si se asegura de buena fe que cuánto está escrito no es la tercera parte de los méritos y padecimientos de Huatusco. Solo los sucesos más memorables se han estampado, por ser imposible recordar y reunir los pormenores, tanto del tiempo de los americanos, como de los españoles. Es muy difícil decir más y arreglar los pasajes con sus fechas, porque nada se tenía escrito”. –Historia de la Revolución para la Independencia Mexicana en San Antonio Huatusco—señor Cura don José Francisco Campomanes (1826).
Las crónicas del pasado indican que este es uno de los pueblos más antiguos del Estado de Veracruz, elegido por sus fundadores por ser ventajosamente habitable debido a su ubicación geográfica, ser el centro de las altas montañas y poseer tierras fértiles, productoras de todo género de alimentos para la población y animales. En el año de 1812, antes que la conflagración se extendiera por estos lares, contabilizaron doce mil cabezas de ganado mayor, aparte del mular y caballar.
La villa se componía de catorce casas dedicadas al comercio, treinta y cuatro construidas de cal y canto el resto de madera techadas con teja. Los habitantes estaban en una digna situación económica, poseían casa, comida y terreno que atender. El principal administrador era el Cura don José María Fernández, el teniente Francisco Álvarez, de particular don José Antonio Iglesias, quienes enfrentaron todos los problemas que conlleva una guerra.
Para 1821, ya nada quedaba, los pocos que subsistieron, unos murieron, y otros huyeron, vieron con tristeza que todo había sido destruido y abrasado por el fuego; de reses ni una cabeza, sin dinero por el saqueo y contribuciones obligadas, el templo sin fondos ni reliquias, nada se respetó en casa del señor. Hasta los árboles sufrieron la guerra porque el comandante Martínez los mandó talar, para que no estorbaran y pudiera observar desde la torre de la iglesia, todos los puntos de entrada del enemigo.
Ejecutados, hubo un número importante, incluyendo inocentes, el libro de defunciones de la parroquia registra cincuenta y siete, mismos que alcanzaron a recibir los auxilios espirituales, los incontables cadáveres que abandonaron en los caminos y lugares apartados, no recibieron una sepultura digna. Los nativos lloraron amargamente el fusilamiento del gobernador de naturales, Don Roberto Mendoza. Lo consideraban un patriota honesto y respetuoso, que pagó con su vida un resentimiento que tuvo con el comandante Albar González, mismo que lo amenazó para “cobrarle la ofensa”.
Los huatusqueños junto con el clero pedían de rodillas clemencia para el reo acusado de insurrección, no hubo respuesta favorable. En el patíbulo lo exhortó su confesor para que aceptara de conformidad el veredicto. Él, con mucho aplomo dijo sus últimas palabras: “muero por mis pecados, que sepa todo el mundo que muero inocente.” El improvisado pelotón responsable de la ejecución hizo varios disparos. Este fue el sacrificio más sentido de un hombre que perdió la vida por una cruel venganza, amparada por la guerra de la independencia de México.