Desde Huatusco
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ROBERTO GARCÍA JUSTO
LA BODA
El proceso natural de los seres humanos es nacer, crecer y reproducirse, para esto, hay que pasar por distintas etapas y ganarse con hechos el título de padre de familia. Para empezar esta narración, nos referiremos al Parque Zaragoza, sitio emblemático para la juventud del siglo pasado, debido a que, los domingos, después de misa, las damitas, en unión de sus amigas se dedicaban a dar vueltas alrededor de la plancha que tiene en el centro un bonito kiosco. Los varones en grupo, no perdían los detalles y las seguían con la mirada hasta ser correspondido con una sonrisa.
Es el principio de una relación que se prolongaba de acuerdo a la complacencia de los novios que de esa manera sellan un compromiso para el futuro. Las funciones de cine en el Teatro Solleiro se convertían en el lugar idóneo para avanzar en el círculo amoroso, tomarse de la mano y depositar un primer beso, significaba el deseo de concretar una aspiración seria y duradera. También Los festejos realizados en alguna casa, aglutinaba a la juventud y con mucha discreción bailaban una o dos piezas, no repetían otra, para no despertar sospecha de los padres. Solamente aquellos que tenían permiso de los progenitores, no tenían problema.
Llegado el momento de la petición de mano para el casamiento, los padres del novio iban a pedirla, poniéndose de acuerdo en la fecha de la boda. Unos días antes de la ceremonia civil y religiosa, se organizaba una fiesta de despedida de soltera entre los íntimos amigos de ambos contrayentes. Al compás de la música se jugaban bromas y repartían vinos suaves de mora, naranja o jerez para las señoritas y para los hombres, los toritos de aguardiente con tejocote, mora, cacahuate o cualquier fruta de temporada.
El día de la ceremonia, por la madrugada se levantaba la novia para bañarse, peinarse y maquillarse, auxiliada por las que tenían experiencia, que le ajustaban el blanco vestido y accesorios. Se paraba frene al espejo para mirarse de cuerpo completo, hecho lo anterior movía la cabeza para confirmar que estaba lista. Pasaba a la habitación contigua donde estaban los padres, abuelos y padrinos de bautizo, entre bendiciones, rezos, abrazos y llantos le deseaban buena suerte en su nueva casa.
Acompañada de la familia, tomada del brazo de su padre, recorrían las empedradas calles hasta llegar al Templo, que lucía adornado para el rito religioso. En la puerta el Sacerdote esperaba para introducirlos al interior del recinto sagrado. La misa por lo costumbre se celebraba a las siete de la mañana, ahí los padrinos de casamiento, de arras, lazo y cojines, permanecían atentos por lo que pudiera ofrecerse. Terminado el acto religioso, salían por la puerta principal para ser felicitados y rociados de confeti y arroz, tomarse la fotografía para el recuerdo.
A los asistentes se les invitaba al desayuno servido en casa del nuevo esposo, ponían una mesa especial que adornaban con vistosos floreros y mantelería impecable. Ahí sentaban a los principales integrantes de la familia que, rodeaban a la pareja, las charolas de pan elaborado especialmente con huevo, mantequilla y canela, estaban en espera de ser devorados. Para empezar, servían un calientito y espumoso chocolate que era degustado por los asistentes. Al final repartían raciones de tamales y picaditas, que se consumían con alegría.
La orquesta compuesta por el banyo, batería, guitarra, corneta y un cajón, tocaba diana al principio, después seguían con música romántica, y el vals para que los novios iniciaran el baile, que se prolongaba hasta la hora de la comida. Mole, tamales y agua de sabor era el platillo principal. La novia se cambiaba de ropa y se ponía lo mejor de su repertorio que por lo regular era elegante. El jolgorio acostumbraba terminar a las once de la noche, hora en que los ya esposados se retiraban hacia el lugar donde iban a formar un nuevo hogar.
