23/12/2024

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ROBERTO GARCÍA JUSTO. 

LA GARNACHERA. 

El que conoce la historia y las costumbres de su pueblo, es una garantía de que, lo amará y defenderá hasta el último aliento de su vida. En el año de 1930 la sociedad en su conjunto se dividía de acuerdo con su posición económica, con la salvedad de que la mujer era   objeto de mal trato y orillada a realizar las tareas más penosas y difíciles. Las viudas, madres solteras y huérfanas se empleaban en casonas de los acaudalados para cocinar, lavar trastos y ropa, planchar, limpiar recamaras, sala y comedor.  

Para ellas no existía la posibilidad de estudiar y prepararse profesionalmente al mismo nivel de las de la clase media o alta.  Aceptaban esa condición porque eran abnegadas y entregadas a sufrir el menosprecio de un sector que las discriminaba sin compasión. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio se criticaban duramente, si salían embarazadas, sin apoyo de los progenitores o el novio, estaban obligadas a huir del hogar para afrontar sola el problema del alumbramiento y mantención.  Por esa razón muchas se iban y   no regresaban ni se volvía a saber de su paradero.   

En aquella época el comercio era una fuente de empleo para obtener el sustento de muchas personas, entre ellas féminas. Surgida del barrio de la periferia, tuvimos la fortuna que se conociera a un personaje de regular estatura, piel morena que le daba una figura autóctona, sus trenzas de cabello negro y sedoso por el aseo diario, le caían sobre la espalda ancha y vigorosa. Una sonrisa franca que mostraba su blanca dentadura, le proporcionaba los atributos que a toda señora sana la cubre de bondades. 

A Francisca no le mortificaba el que dirán, por las tardes en la entrada del mercado Juárez, fijaba una mesa calzándola con lajas para que no se ladeara. Sobre ella colocaba un limpio y bordado mantel, lo suficientemente grande para que los bordes cayeran a su alrededor. Con curiosidad acomodaba los materiales para elaborar su mercancía, es decir, salsa, saleros, platos y otros utensilios. A un lado el anafre con carbón humeante sacaba chispas, sobre un recipiente calentaba la manteca para freír las inimitables garnachas.    

La voz populi la conocía como la garnachera, un símbolo de la gastronomía regional, debido a que eran de las mejores por el rico sazón especial que le daba.  Sabrosas y exquisitas con sabor y olor a manteca de cerdo, el secreto de la carne cocida en la salsita, se antojaba desde que la gente llegaba a su puesto. Su comportamiento bondadoso lo combinaba con modales que la distinguían por ser comunicativa, atenta y servicial, siempre procurando el menor detalle de sus clientes que la seguían por su carácter que manifestaba con humildad y respeto. Bien merecido el poema dedicado a esta huatusqueña ejemplo de una generación nacida para el trabajo.      

LA GARNACHERA.  

Todas las noches  

siempre puntual 

y sandunguera  

llegaba alegre  

la garnachera. 

Frente del mercado  

ponía su puesto  

y diligente, 

 Iba a esperarla  

toda la gente. 

Era una mesa  

con varios platos  

dos o tres ollas,  

carne, frijoles,  

salsa y cebollas. 

muy peladitas  

 algunas papas  

manteca buena, 

todo incitaba  

para la cena. 

comal de fierro  

y un bracerito 

con buena lumbre  

comprar garnachas  

era costumbre. 

Llevaba enaguas 

muy bien planchada 

de un buen percal  

y de listado  

 un delantal. 

Atendía a todos 

y preguntaba  

roja cual sol  

¿quieres de papa,  

carne o frijol¿. 

fue doña pancha  

limpia, hacendosa  

Mujer sencilla  

Su tez quemó.  

Frente a la hornilla 

entre la niebla  

o con la luna  

nunca faltó  

ahí su vida  

Ella pasó. 

Algunas noches 

que voy al Juárez 

en la otra acera  

ver me parece  

a la garnachera.  

Verla entre el humo  

de sus candiles  

luz de arrebol  

servir de papa  

carne o frijol.  

Estas garnachas 

que si me invitas  

apetitosas  

muy calientitas  

y muy sabrosas.  

(Enriqueta Sehara de Rueda)  

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