23/12/2024

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Desde Huatusco

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ROBERTO GARCÍA JUSTO. 

CONFESIONES DE OCTAVIO. 

Con todo respeto mencionamos el nombre del filósofo, escritor y ensayista huatusqueño, profesor OCTAVIO CASTRO LOPEZ, (1937-2004).  Con la finalidad de recordar su pensamiento tan profundo y emotivo, de su tierra natal. Nos dice que: “El Huatusco a que aludo, ya forma parte de mi memoria, de sus obscuros rincones brota primero la imagen de la escuela. Un día lluvioso, gris. Todo se dispuso a tiempo, la entrada era a las ocho. El uniforme blanco y azul, como los otros niños. 

Yo había sido inscrito en la “Corregidora de Querétaro”, cuyo eje era doña Jovita Lara, imagen de la paciencia, de la sabiduría y, sobre todo, de la severidad. Confieso que en su presencia siempre sentí temor. Ignoro si fue la inhabilidad pedagógica o mi propia deficiencia lo que prolongó mi estancia en primer año, más allá de cualquier límite razonable. Cuatro intentos culminaron en el fracaso; tuve que desistir ante el muro infranqueable del Rébsamen.   

Todavía no acierto a explicarme porque se me otorgaba un diploma de reconocimiento a la niñez aplicada. ¿Burla o paradoja ¿Sea lo que fuere, solo pude hacer mío el alfabeto cuando me decidí a cambiar de colegio, “La Ruíz Cortines” constituyó mi liberación.  En verdad mi mundo infantil, es todavía el del Huatusco inaccesible. El tren minúsculo y porfiriano, pese a su nombre, se detuvo en Coscomatepec. Para llegar allí había que franquear la barranca a pie o en el dorso sudoroso de las bestias que guiaba don Diego Carreón. 

La alternativa era el aeroplano, pero pocos se arriesgaban. Cada viaje era un desafío a la muerte. Quedaba la ruta de Camarón; cuatro largas horas, si bien iban las cosas, demoraba el recorrido. Para abordar el mexicano de las ocho, era preciso emprender la marcha al filo de las dos de la madrugada. Tres o cuatro naves hacían el servicio. Todo esto explica el hecho curioso de que los huatusqueños se despidieran de sus amistades cuando decidían viajar a México. Era como a otro continente.  

Este aislamiento físico hacía de Huatusco un ámbito muy estrecho. Su vida era un acto repetido con la exactitud del reloj. Parecía vivirse en la pro 88UE1Zvincia del virreinato; al despuntar el alba, las faenas domésticas. Después la actividad comercial y burocrática, por las tardes, la indeclinable visita al bar, el paseo por el zócalo o la reunión en casa con los amigos. A las diez de la noche se imponía el reposo, pues a esa hora se acababa el remedo de luz eléctrica. La electricidad solo la aprovechaban los ociosos o los malévolos.  

A veces se alteraba la rutina gris. La Semana Santa y las fiestas patrias eran una ocasión propicia.  ¿Quién no estrenaba choclos de charol el jueves Santo ¿¿Quién podía prescindir de las deliciosas naranjas en dulce, encerradas en las vitrinas de don Beto Oviedo ¿derroche para el paladar y los ojos. Lo disfrutaban propios y extraños. Don Vicente “El pavo” halagaba a los muchachos con enormes globos que instantáneamente perforaban el cielo. Si no eran los globos eran las gaviotas, confeccionadas por las manos habilidosas de don Luis Coria.  

No faltaban, desde luego, las piñatas; la figura que uno prefiriera. Ahí estaba presto el Tatita Quezada. Don Leonchi Serna se encargaba de anunciar la verbena. Sin distinciones ni rangos molestos, culminaba en una romería popular” … esta reseña la escribió con mucho sentimiento el profesor OCTAVIO CASTRO LOPEZ y nos deja la sensación de que está vivo en el recuerdo.  

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