Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
MI TIERRUCA.
En tiempos normales, por la carretera Fortín-Conejos, circulan cientos de paseantes cuyo destino es el Puerto de Veracruz o algún otro sitio que reúna cualidades apropiadas para divk8ertirse y pasar un excelente fin de semana. A ellos los invitamos para que se detengan un instante en este lugar, con el interés de que disfruten el medio ambiente que se respira en la zona. La amabilidad de los habitantes que se transmite por las venas de una ciudad que representa los efectos naturales de la provincia mexicana.
Aquí está asentada la cabecera Municipal y su significado es, “donde se venera al gran conejo”. Por lo tanto, estamos ubicados en el centro de la región de las altas montañas del Estado de Veracruz, que corresponde a las estribaciones de la Sierra Madre Oriental, sobre un suelo salpicado de residuos volcánicos y tierras de aluvión. Es la ruta que siguen las nubes que se desprenden del Citlaltepec y bajan al mar, deteniéndose para transformarse en lluvia que alimenta infinidad de arroyos, así como la abundante fauna.
Antiguamente se conocía como el Señorío de Cuauhtochco, una región panorámica, matizada por una cristalina esmeralda que con una visión espectacular los tlascaltecas se enamoraron para quedarse definitivamente en este lugar. Hay quienes tienen el privilegio de seguir conservando esta belleza que les ofrece a sentirse feliz por hacer suyo un pedacito del universo. Que comparten con los que nos regalan una pasajera estancia.
A ellos es necesario explicarles que nuestros antepasados escogieron el sitio ideal y perfecto, ya que, con absoluta intuición, trazaron avenidas y calles con la sabiduría que solo ellos poseían. Dándole semejanza a la de otras poblaciones que se encuentran en el mismo nivel de encantamiento. De manera sucesiva se suman las fechas históricas y costumbristas, que transforman a Huatusco en una postal, pintoresca e impresionante.
A pesar de que representan el pasado, son el producto transformado en una nueva época que será el recuerdo de las nuevas generaciones que nacen y se desarrollan en la excitante geografía de este solar cafetalero. Donde quizá los bosques ya no huelan a encino, cedro o nogal, debido a que la mayoría fue víctima de la destrucción del hombre; ahora el aroma es característico del cafeto, el azahar de los naranjos y el inconfundible sabor de la caña de azúcar.
Las bestias de carga que transitaban con el arriero azotándolo con él látigo de tres pajuelas, ya no atruenan sus cascos por los caminos de herradura. Ahora el oído está atento para escuchar el rugido de los motores que transportan hombres y también mercancía, que con su fuerza empolvan los cafetales. Con todos los obstáculos que podamos tener, la verdad es que el ambiente tiene un aceptable grado de sobriedad cuando se invita un platillo de tlatonile, que se acostumbra acompañar de una deliciosa taza de café.
Y si por casualidad se presenta la oportunidad de visitar el pocito de Tecuapa y beber de sus cristalinas aguas. Hay que hacerlo con mucha precaución, en virtud de que cuenta la leyenda de que, el que bebe de ese pozo, lo más seguro es que se quede a vivir aquí, por el resto de su vida. No es mucho el tiempo que pueda perder, de la Alameda Chicuellar al Parque Zaragoza, un kilómetro lo divide y del cerro Acatepec a la Capilla del Tepeyac, la paciencia y el buen gusto por conocer, lo llevará hasta donde el empeño de contemplar el Templo de San Antonio de Padua, pueda proporcionarnos la tranquilidad espiritual que buscamos.