Desde Huatusco
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ROBERTO GARCÍA JUSTO
UNA NOCHE LIBRE
Se interrumpió el silencio que había prevalecido durante siglos en la comarca cafetalera, la campana del reloj en lo alto de la torre del templo de Santa Cecilia, entró en funciones, inaugurando el primer día del siglo XX. Considerado como una reliquia que conquistó el gusto de los parroquianos que pocos conocían esta máquina para medir el tiempo. Recibiendo con mucho agrado esta donación hecha por doña Sofía González de Rebolledo en 1900.
Durante el mes de junio, julio y agosto la gente, principalmente de las comunidades, con sentido natural tenía medida la época de lluvias, caía como si fuera a desfondarse el cielo, era tanta que las calles eran insuficientes para dar salida al torrente, por lo regular se inundaban algunas casas y arrastraba lo que estuviera al frente. Eso sí, en los potreros crecía la maleza y se beneficiaban las fincas de café, caña de azúcar y milpas acompañadas de hortaliza.
Todavía no había cosecha, tampoco dinero disponible, los cafetales daban lo suficiente para los meses de “la guayaba”, pero entre fiestas de bautizos, cumple años y casamientos se acababa lo ahorrado. Había que recurrir al préstamo para pagar cuando el campo rindiera frutos. Así, con limitaciones económicas, pero con mucho fervor patrio, se preparaban los eventos emotivos y un desfile por las principales calles, terminando la velada con una kermés y un alegre baile popular.
El Presidente Municipal, Síndico y Regidores, se coordinaban con los directores de escuelas, padres de familia, clubes y ciudadanos filantrópicos, con la finalidad de organizar el acto del 15 por la noche y el grito de independencia, donde alumnos de quinto y sexto grado, se lucían con vistosos bailables del folklor mexicano, sin faltar la poesía y los pasajes de la fragorosa guerra, disfrazados de los principales jefes del movimiento independentista.
La explanada del Parque Zaragoza brillaba con los adornos hechos por damas voluntarias que picaban papel de china tricolor y tapizaban los alrededores, forrando faroles que colgaban de árboles y postes. Ya desde las nueve de la noche todo el lugar estaba ocupado por la población que acudía en compañía de la familia. No querían perderse las dramatizaciones que revivían el movimiento de transformación histórica de nuestro México. Así como la coronación de la reina de las fiestas patrias.
A las once de la noche el alcalde, ondeando una bandera lanzaba a los cuatro vientos la famosa arenga dicha por el padre de la patria don Miguel Hidalgo y costilla. Cuando terminaba de decir ¡Viva México ¡empezaban a repicar las campanas de las iglesias, la diana interpretada por los músicos, los cohetes y el castillo que explotaban dejando un olor a pólvora, además de las descargas de armas largas y cortas.
Por la madrugada, se paseaban por las calles algunos trasnochados, con la pistola en una mano y en la otra su botella de aguardiente. Era la noche libre que consentía a los parroquianos para cometer alteraciones al orden público. Con esa salvedad, se reportaban algunos heridos y otros fallecidos. Sin que se integraran las investigaciones en la mayoría de los casos.
El desfile del dieciséis lo encabezaban los integrantes del cabildo, seguido por estudiantes de las escuelas “Miguel Sánchez Oropeza” y la “Juana de Asbaje”. Así como la población. La banda de viento interpretaba la marcha dragona del maestro Issac Calderón y la de Zacatecas compuesta por Genaro Codina, salía de la Alameda Chicuellar y terminaba en el Parque Zaragoza. Concluido el festejo, por costumbre se tenía que saborear los mantecados de don Pedro Morgado, las paletas heladas que se fabricaban en la Cuchilla, luego la nieve de limón, preparada con dedicación por don Daniel Cobilt. Tres días duraba esta fragorosa algarabía que dejaba a todos exhaustos.