Desde Huatusco
5 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
LOS TÚNELES SECRETOS.
No existen planos o una investigación seria de las cavernas que cruzan por el centro de la Ciudad. Narraciones sueltas dicen que cuando llegaron los españoles a esta región, el Señorío de Cuauhtochco se convulsionó por el número de soldados bien equipados que marchaban en plan de ataque. Al verse en desventaja, el Teopixque supremo sacerdote ordenó la evacuación del caserío para refugiarse en los cerros de los alrededores.
“Nunca hasta entonces había sufrido el tranquilo lugar más grande estrépito ni mayores tropelías; al redoblar de los tambores, al violento clamor de las cornetas de guerra se unía la terrible algarabía de la tropa y el retumbar del cañón dando a conocer su voz de fuego hasta el centro mismo del poblado. Asustándose los indios y los más abandonaron sus hogares para ir en busca de refugio que en los trances difíciles siempre les había deparado lo intrincado de su suelo borrascoso”. (Aguirre Beltrán)
De lo anterior se deduce la ocupación de las faldas del cerro de las cañas, es decir, el Acatepec, en donde hay algunas cuevas naturales. Y que por esa cavidad construyeron un largo túnel que desemboca en lo que son las Torres de Santa Cecilia, sitio donde se localizaba el Teocalli, centro ceremonial indígena más importante. Continuando su recorrido hacia el oriente, donde está ubicada la capilla del Tepeyac, otra posible pirámide. Según la versión, por ahí cabe fácilmente una bestia cargada de productos de la región.
Para ubicarnos mejor, por el lado poniente de la ciudad, se divisa un majestuoso cerro que por su formación asemeja una pirámide a la que se le atribuyeron propiedades importantes al suponer que ahí se habían realizado las exequias de personajes importantes de aquella época. Esto vino a descartarse cuando Carl Bartholomeus Heller en 1846, descubrió que era el cono de un antiguo volcán que hizo erupción dejando en la superficie rastros de lava.
Narradores como Eusebio Castillo dice que muchos hombres aseguran haber entrado a esa gruta y permanecido en ella cinco días, que son el límite permitido. Si pasan uno más, jamás salen de ahí, por lo que, tuvieron que soportar el envejecimiento prematuro producto del encantamiento que existe. Avanzaron en su edad cincuenta años, como si el tiempo corriera a una velocidad incalculable. Llenos de arrugas y cabello cano, regresaron a la comunidad donde los ignoraron porque no los reconocieron, ellos también se sorprendieron de lo desconocido de la ciudad.
Además, contaron haber visto en el fondo de la caverna, una réplica de Huatusco, casas y calles idénticas, pero con un detalle, no obstante, estar completamente deshabitada, sorprende por su limpieza, donde predomina el silencio y espectacular iluminación. Es posible que excavando a unos cinco metros de profundidad y calculando la ruta que sigue la gruta, se encuentre con este sitio tan misterioso y enigmático, así lo suponen.
Cada año van los buscadores de restos antiguos a buscar la entrada que solo se deja ver en una fecha determinada. Ya que se asegura que existe una olla llena de monedas de oro bien resguardada, pero hay que tener la precaución de no tocarla sin haberse cerciorado de la salida, de lo contrario se quedan ahí para siempre.
En su libro “Entre dimes y diretes” el profesor Gerardo Huerta recoge lo que a continuación resumimos: “La espalda del Acatepec está llena de cuevas y túneles sorprendentes, muchos de ellos inexplorados, ocultos a simple vista, camuflados, en espera de ser descubiertos. Al intentar adentrarme en una diminuta cueva encontré la Ciudad perdida. La entrada estaba tapada por maleza, apenas si cabía un hombre, la obscuridad era absoluta, así como la humedad y baja temperatura.
Estaba decidido a explorar el lugar, me armé de valor y opté por continuar, descendí unos metros ayudándome con una soga, alumbrado con una lámpara de mano. Todo estaba vacío, escuchaba el golpeteo de gotas de agua que se filtraban provenientes de algún afluente. Mi sorpresa fue reconocer una escalinata artificial, hecha por el tallado de la roca. Esto indicaba que alguien había estado aquí.
Mientras continuaba, miles de ideas cruzaron por mi mente, se me ocurrió que era un atajo para salir al otro extremo, esto cobró fuerza al percibir una tenue luz a lo lejos. Apresuré el pasó por la falta de aire, corrí hasta llegar al esplendor que iluminaba todos los rincones. Me quedé estático y maravillado ante lo que tenía a la vista. Una grandiosa ciudad enterrada bajo Huatusco. Mis ojos me engañaban o estaba perdiendo la razón, porque se trataba de una réplica perfecta de lo que conocemos.
Algo raro había, no se percibía movimiento o señales de vida, el silencio era abrumador, el aire pesado como de difunto y el extraño resplandor que mantenía a media luz. Desde donde estaba me permitía ver, hasta que decidí explorar las calles desoladas. Una fuerza poderosa me llevó al centro y busqué desesperadamente a una persona para hablar, creí enloquecer. Llamé en todas las puertas, no hubo respuesta. Una preocupación me aterrorizó, ¿Cómo saldré?
En un rincón me postré ya sin fuerzas, cerré los ojos para esperar el final. Un murmullo hizo reaccionar mi ser, provenía de las paredes, escarbé y ahí estaban los cuerpos dormidos o muertos, embalsamados, sus rostros reflejaban un dolor indescriptible. Hombres, mujeres, niños y ancianos, era como un museo de cadáveres. No resistía las miradas, así lo presentía, pedía perdón y misericordia. Caminé sin rumbo fijo, hasta que al fin la escalinata estaba al frente, era la salida. Gracias Dios mío, quedó tras de mí el otro Huatusco, el que nadie querría visitar.”