23/12/2024

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ROBERTO GARCÍA JUSTO. 

DON PEPE EL BOTICARIO. 

En la década de los años 40 a 50 del siglo pasado, existía en la Ciudad un lugar adonde la gente acudía para atender sus enfermedades. Por medio de una narración de esa época, logramos descubrir la farmacia de Santa Cecilia. Propiedad del doctor Cárdenas, siendo jefe de mostrador el carismático Pepe Castillo, de él se dice que era una institución en el ramo de la botica, ya que conocía de memoria los secretos de la voluminosa farmacopea. 

 En persona se identificaba por su habitual sonrisa, amable y siempre dispuesto a atender al más exigente de los clientes. Como todo un caballero se distinguía por su manera de vestir, usaba un elegante traje de casimir negro. En época de lluvia, colgando del brazo traía una gabardina de color verde olivo, estilo Chicago 1930, que lo identificaba con la moda estadounidense. En honor a la verdad parecía un actor de cine.  

Cuando la ocasión lo requería, sacaba de un baúl antiguo, el diploma que le otorgó una Universidad de Tokio por sus estudios realizados sobre medicina en general. A lo que atribuía su habilidad para conocer las propiedades curativas y generosa de la herbolaria. Daba consultas a sus pacientes y preparaba medicamentos basado en fórmulas magistrales, es decir, conforme a las necesidades específicas de cada paciente.  

Además de la medicina de patente, en poco tiempo preparaba jarabe o ungüento como la “pomada de papel” muy útil para quitar las verrugas.  Para el empacho recomendaba la “pomada de pan puerco”. Y los que hacían ejercicio la crema “T”, eficaz para sudar y eliminar la grasa. Para el que sufría de un susto la opción era “El Espíritu” tomado o untado, curaba de espanto y tranquilizaba al enfermo. El “jarabe de granada” lo empleaba para dolor de garganta. 

Entre los que lo conocieron en aquella fecha, está don Z. Moreno, quien comentó que, para conservar su amistad no había necesidad de invitarle una copa, no era afecto al vino. Presumía a sus más cercanas amistades que, estaba dedicado a escribir sus memorias de cuando era un destacado funcionario de la Administración Pública. Habiendo desempeñado importante cargo al lado de su amigo el licenciado Ángel Carbajal, Ministro de Gobernación, siendo Presidente de la República don Adolfo Ruíz Cortines.     

Para esto, se vio en la necesidad de guardar en el ropero la impecable bata blanca que utilizaba cuando estaba frente al negocio. Y emigró en busca de un mejor empleo a la Ciudad de México, para ponerse a las órdenes del supremo gobierno ya que hacía gala de codearse con los personajes encumbrados del régimen federal. Al poco tiempo también la botica tuvo que cerrar sus puertas, dicen que le hacía falta su nervio directriz, el alma que la mantenía viva.      

Era recordado por los políticos y empresarios de esta localidad por su agradable charla, a los que comentó que había perfeccionado un método práctico para aprender a nadar por correspondencia. Enseñanza objetiva por medio de una serie completa de dibujos y explicaciones adecuadas. Nunca lo mostró públicamente, tampoco les dio a conocer su biografía que aseguró estaba terminada. Solo se le ubica como uno de los personajes del pueblo.  

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