Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
CRÓNICA DE LA TROPA.
Sucedió en una fecha que pareciera que ya estaba escrita para la milenaria ciudad de Huatusco, por esa razón, el 16 de Julio de 1916, la gente acostumbrada a los enfrentamientos de los bandos que se disputaban el control de esta plaza. No se inmutaron al enterarse que los rebeldes habían amenazado con tomar por asalto la fortificación en que se había convertido esta localidad. Los soldados que concurrían a las fondas del mercado “Juárez” para tomar sus alimentos, se encargaron de propalar la noticia.
El jefe de operaciones militares del ejército carrancista en el centro del Estado de Veracruz, General Rafael Cárdenas, montado en su brioso corcel, recorría de un lado a otro los puntos estratégicos para organizar la defensa. En su habitual vocabulario gritaba sin desmontar: –¡Vamos todos al triunfo, duro contra el enemigo, no dejen de tirar ¡. Mientras sus ayudantes daban un jarrito de aguardiente con pólvora, para agarrar valor.
Llamaba la atención su clarín de órdenes, un chamaco que no ocultaba ser menor de edad, a lo más doce años. Lo seguía por todos los lugares donde iba él jefe, para su traslado le escogieron un caballo pequeño con montura para niño. A toda la soldadesca les caía bien porque era gracioso para tocar el clarín y lo hacía de buen modo, porque le salían canciones revolucionarias como la Valentina, la cucaracha y también la Adelita. Bailando sobre su cabalgadura deleitaba a los rudos combatientes que se morían de risa.
El General los prevenía de que, por las quince letras se acercaba el enemigo y por el hospital también, no dejaba de recorrer los puntos en que se había instalado cada retén. En el mirador que se localiza en la salida a Xalapa, se apostaron tiradores, otros donde termina la calle cinco, frente a la casa de don Fernando Corral y en el hospital, por la calle ocho. La gente se desmoralizaba porque les hacía falta alimento, se les habían terminado unos tacos que se comieron fríos.
Había una tienda muy famosa llamada “Puerto Rico”, ubicada en la avenida dos, esquina con calle trece, en donde se reunían destacados catadores como don Luis Muñoz y don Manuel Santiago, ambos de origen español, además Adrián Pérez Pesado de esta localidad y el relojero Juan Alanís con Rodolfo García. La especialidad del propietario Manuel Hernández Rodríguez, era preparar licor a base de piña asada, cáscara de naranja, manzana rebanada, granada, capulines, duraznos, ciruela pasa y “hierba maistra”, agregando infusión de lima.
Se fermentaba con aguardiente de panela, elaborado en el trapiche de don Sebastián Fernández, radicado en la congregación de Piña, Zentla. O del que se fabricaba en la hacienda de Boca del Monte, Comapa, tan bueno los dos, que eran los preferidos por los distinguidos consumidores que matizaban con una cerveza Superior o dos XX. Frente a ese establecimiento, sucedió algo muy lamentable, siendo aproximadamente las dos de la tarde.
El mayor Baldomero Reyes presumía de su valor demostrado a lo largo de varias batallas. En esa ocasión el Sargento responsable de los constitucionalistas defensores, le gritaba, –bájese de la bestia señor es usted un blanco fácil para los rebeldes. A lo que respondió con virilidad. –No me hacen nada, tengo que torearlos para que vean que no les tenemos miedo. Los ruegos de la soldadesca no lo convencieron. A los pocos minutos una bala mortífera le pegó en el pecho, cayendo herido, siendo de inmediato atendido por los grupos de auxilio.