Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
ESTAMOS EN CASA.
Desde mucho antes de la llegada de los españoles a estas tierras, ya existía el cacicato de Cuauhtochco al que se definió también como el gran Señorío. La palabra cacique proviene de la lengua haitiana, a la que se traduce como señor o príncipe. Sean nahuas, toltecas o teochichimecas sus fundadores, la realidad nos conduce a pensar que inteligentemente eligieron un terreno quebradizo por naturaleza, sobre una franja calcárea donde se construyó la ciudad y erigieron el Teocali para venerar a los dioses.
Prevalece un clima templado por hallarse en medio del calor sofocante de la tierra caliente y el intenso frío de la montaña. El verde de sus campos nos indica que pasamos por tres etapas; de lluvias, secas y neblina, ocasionando un efecto de sedante tranquilidad, fuente de inagotable energía. Los arroyos, como sal del alimento espiritual, se deslizan por terrenos rocosos como una cinta de plata que adorna la corona del pensamiento.
Y luego su vegetación, de maderas finas y frutales, como el bambú, el ocozote,o liquidámbar, el encino, el fresno, el roble, el ixpepe, el tesmole que hacen juego con los guayabos, naranjos y plátano, que con su sombra cubren la fincas de café. Y si esto no es suficiente, podemos congratularnos con el cerro de los tecolotes, el de Guadalupe, izotla, Elotepec, o las lomas de Cruxtitla. Que junto con la serranía de Ixpila y Tepampa, integran un recorrido impecable.
Las vías de comunicación son el corazón que nos mantiene unidos con el resto del mundo. Muy a pesar de que tres accidentes aéreos, terminaron con el servicio que duró aproximadamente catorce años. Cuando aún no existía la carretera, el 30 de mayo de 1933 a las once horas se inauguró el primer vuelo Orizaba-Huatusco, hasta el último percance ocurrido el 26 de julio de 1946, en donde perdieron la vida cuatro personas de Xalapa y cuatro de Huatusco. Terminó esta costosa emoción de volar sobre las nubes.
Para cerrar esta motivación y con el fin de que nos visiten, hago referencia a lo que nos dice don Leopoldo Rebolledo Pérez Redondo en su “Noche de Otoño”. “Para mí la belleza se manifiesta con más frecuencia en lo azul. Por eso soy esclavo de las tardes despejadas de octubre. De esas en las que el cielo parece un fino rebozo de bolitas con puntas de nube tejida. ¿Qué otra cosa puede igualarse en hermosura a una mañana despejada ¿. Ninguna. En ella se puede encontrar los más raros matices y los efectos de luz más sorprendentes.
Hace mucho tiempo, recuerdo, teniendo la mirada fija en un atardece diáfanamente azul, decidí esperar la caída del día para poder admirar el lento aparecer de las estrellas. Me senté en una de las bancas del zócalo de mi lejana tierra, y con paciencia de santo aguardé el momento del anochecer. Que cosa más hermosa. La obscuridad triunfante, doblegando a un sol que agonizaba rebelde en el ocaso, empezó a tender su manto tachonado de luceros. La noche, como adivinado que la esperaba impaciente, en un alarde de coquetería, se había tocado con su mejor mantilla de lentejuela.
Como era tiempo de luna llena, me quedé esperando su salida. Antes de ponerse al alcance de mis ojos, cientos de miles de estrellas, sus damas de honor, brillaban con más fuerza que nunca, la antecedieron en sus maravillosas noches que era de otoño. Al cabo de la media hora, en el horizonte pude mirar los primeros encajes de la túnica blanca con que la reina de la noche venía vestida para hacer su aparición.”