Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
FIESTA EN EL PUEBLO.
A mediados del siglo XVIII, desde el primer día del mes de febrero, se iniciaban los preparativos para conmemorar la presentación del Niño Jesús en el Templo, así como la purificación de la virgen María que es el dos y se le conoce como la celebración de “La Candelaria”. Es obvio pensar que, a los huatusqueños, como el resto de la región, les agrada complementarlo con danzas, juegos de azar, carreras de caballos, tapada de gallos, dando gusto a la comida y bebida que se consumía en abundancia.
La gente se entregaba a estos festejos tan atractivos que, se olvidaban de sus actividades cotidianas, inclusive de su mujer y sus hijos. El Monte es una partida que se juega con naipes, donde se acomodan apostadores y el banquero que se encarga de remover las barajas y pide que la corten o dividan en dos partes. De abajo saca una luego otra, colocando las que no se descubren. Así los interesados ponen su dinero a la que suponen adivinarán. Este tipo de albur estaba muy arraigado entre pobres y ricos de la zona.
Mujeres, niños y jóvenes se ordenaban para escuchar los gritos del pregonero que repetía con cierta picardía los nombres de aves, animales, frutas y otros especímenes propios del medio, el que llenaba la tabla gritaba: ¡lotería¡. En una improvisada mesa se exhibían jarros, ollas, platos, cazuelas y otras bagatelas que el afortunado tenía para escoger como recompensa de su participación en la polaca. La mayoría pierde sus monedas, pocos eran los ganadores, así pasaban las horas hasta que anochecía.
Luego del mediodía, elegían un lugar apropiado para reunir a muchos ciudadanos de las colonias y rancherías, con el propósito de disfrutar de las peleas de gallo. Alrededor de un ruedo se arremolinaban los integrantes de los partidos, quienes preparan a los animales desde mucho antes, seleccionando a los más bravos y fuertes. Con una moruna le cortaban el espolón para poder amarrar una cuchilla de una a tres pulgadas que le decían peleas a cuchillo para diferenciarlas de las de pico, donde las armas eran naturales.
Los representantes de cada asociación, pasaban al frente llevando bajo el brazo al emplumado, debidamente pesado, lo toman de la cola y lo alzan para ponerlo sobre la tierra. Para enfurecerlos más, con los dientes le arrancan unas plumas de la espalda y las mantienen en la boca. Hecho esto, los enfrentan y se pican la cabeza dando muestras de querer pelear. Los sueltan y caminan de un lado a otro hasta que se lanzan con una furia increíble tratando de herirse con el filoso instrumento cortante por ambos lados.
A veces se necesita un solo golpe para terminar con el adversario que queda tendido a mitad del mal formado círculo humano, ocasionado un grito ensordecedor. En la generalidad de los casos llega a durar más de diez minutos. Es asombroso que, ninguno de estos violentos alados rehúya a la contienda, sorprenden por su genuina agresividad. Normalmente se realizan entre diez y doce duelos donde se gana o pierde buenas cantidades de monedas.
Lo primero que se llega a pensar es la manera tan particular en que se mezcló la idolatría de los naturales con el verdadero concepto de la religión católica. Al final de la festividad, rodaban por las calles algunos indios que se habían gastado sus pocos ahorros en aguardiente. Los que no, sus mujeres con palabras dulces trataban de sacarlos de los lugares donde se vendían bebidas embriagantes. Se intuye que persisten viejos prejuicios que los mantienen presos en sus propios errores.