COLUMNA/ Desde Huatusco – Jorge López Páez
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Roberto García Justo
JORGE LÓPEZ PÁEZ
Así está escrito en la sagrada biblia de los hombres que saben que la inmortalidad pregona su precio. Es por eso que se le considera el símbolo para que no rindamos gratitud y aprecio a todos los defectos del mundo, sabiendo que tenemos la convicción de ser un granito de arena en el firmamento de las letras. Solo podemos aspirar a introducir un humilde párrafo por donde los espacios se llenan de lemas que fecundan y con renovado impulso se nutra esa multitud de jóvenes que se pierden en realizaciones y ganan en esperanzas.
No estamos divorciados de los grandes pensadores de la tierra nuestra, tampoco cerramos la puerta para reconocer sus méritos. Porque la fama tiene un encanto que se mide con inteligencia y se disfruta sin menosprecio de una sociedad que gravita en el ámbito de un campo nutrido por las artes. No iremos tan lejos para encontrar la pieza filosofal de nuestro escrito, hay suficiente material para prender una hoguera en los corazones de la civilización que nos impulsa a escuchar las inigualables narraciones de un personaje que abonó el suelo de filosofía.
JORGE LÓPEZ PÁEZ, tu acta nos revela que naciste en Huatusco Veracruz un 28 de noviembre de 1922, lo que quiere decir que viviste 94 prolíferos años. No es lo apropiado discutir lo indiscutible ya que, como ave migratoria de mil colores, estableciste lo que fue una bien elegida residencia en la Ciudad de México. Lo aplaudimos en virtud de que ahí afinaste la pluma que comenzó a soltar la destreza narrativa para dar vida a una primera obra publicada por editorial Los Epígrafes, titulada: “La última vista”.
Se sucedieron una tras otra, lo mismo que “El Solitario Atlántico”, dedicada a un terruño propio, por ser la voz de la provincia, donde la prosa y la poesía se entrelazan para salpicarla de un sabor fundido en el caserío, los cerros, los bosques y los ríos. “Mi hermano Carlos”, recuerda la existencia de un pasado destruido por la conquista y que pierde su esencia por la pesada loza de concreto que se ha construido sobre ella. “Doña Herlinda y su hijo y sus otros hijos”, vuelve a trazar la verosimilitud, la transparencia y amenidad que se conjuga con la gracia.
Más de veinte títulos salieron de tu mente privilegiada que fueron incluidas para pasar a formar parte del grupo de miembro distinguido de una talentosa generación de escritores que florecieron en los últimos años del siglo veinte. Era evidente la atención generada en los medios intelectuales de nuestro País, por lo que, en 1992, la Universidad Veracruzana, le otorgó el “Premio Internacional de cuento de la palabra y el hombre”. Estando incluido en la lista de socios del Sistema Nacional de Creadores de Arte a partir de 1999.
Su consistencia literaria estuvo compensada con el premio “Xavier Villaurrutia 1993”, quién resaltó el rico contenido de la narrativa “Los Cerros Azules”. No sin haber participado en cientos de presentaciones de sus obras, en el 2008 le otorgaron “El Premio Nacional de Ciencias y Arte”. Con la publicación de seis volúmenes de cuentos. “Es un Voltaire de guayabera”, escribió el destacado periodista, José Joaquín Blanco de este hombre que con su ingenio hizo parir siete veces a una mujer de diferentes amantes a los 23 años de edad. En su novela “De Jalisco, Las Tapatías”.
No puedo digerir que el pasado 28 de abril de 2017 dejaras que la habilidad de la mano perdiera su fuerza y el orden que le daba la sabiduría. Sacudido por esa nota, me hice los más gratos recuerdos que embonaron en el universo de la literatura. Guiado por esa intuición que nos da la vida, solo puedo repetir: gracias Jorge, gracias maestro, gracias señor escritor, novelista y poeta. Las lágrimas no son señal de duelo, las podemos derramar para reconocer los méritos de habernos transportado a lugares donde solo el pensamiento puede traspasar. Ahí donde moran los que hicieron de su imaginación la fuente que nos surte del elixir maravilloso del conocimiento. Descansa en paz que la gloria ya te alcanzó y te lleva de la mano.
