COLUMNA/ Desde Huatusco – El ruco
3 minutos de lecturaEL RUCO
ROBERTO GARCÍA JUSTO
Los orígenes del Templo de Santa Cecilia en el corazón de la Ciudad, se remontan a la época en que la conquista de México, se había consumado y por órdenes de la corona española era necesario implantar un sistema económico-religioso favorable a sus intereses. Huatusco era indomeñable por sus escabrosas barrancas, grandes precipicios se tenían que cruzar para llegar a él, como un milagro logró mantener su preeminencia bien ganada como provincia estratégica. Debido a eso, cayó en un aletargamiento que se convirtió en obstáculo para su desarrollo.
Los amigos de la anécdota y el chascarrillo, se muestran ansiosos para que en este espacio se reproduzca un hecho que además de ser gracioso, presumen del ingenio de la gente que a continuación le vamos a relatar: “En Huatusco hay una torre que, bien guardadas la distancia, viene siendo la giralda de los lugareños. Levantada en lo que otrora fuera un centro ceremonial religioso indígena, la Santa Cecilia apuñala un cielo casi siempre nubloso con su punta de piedra recubierta con cemento.
En esa torre que ha servido de atalaya a rebeldes y fuerzas regulares del Gobierno en las distintas asonadas que ha sufrido el país, un viejo reloj suizo, salpicado de metralla, hace saber las horas por los cuatro puntos cardinales. Pues bien, habiendo sido necesario pintar ese vetusto vigía, un alcalde municipal mandó llamar a un pintor de brocha gorda, conocidos por todos como “El Ruco”, y le dijo:
–¿Has pintado la Santa Cecilia alguna vez¿
— ¡Ya lo creo Señor Presidente ¡ Contestó el pintor.
–Pues te he mando traer para que me digas por cuánto estás dispuesto volver a pintarla.
El artesano, avezado en eso de salir airoso de los más complicados regateos, pidió lápiz y papel y al cabo de un instante, le contestó al Alcalde:
— Entre reatas, madera para andamio y pintura, la cosa no sale en menos de quinientos pesos.
— ¡Qué bárbaro ¡replicó la autoridad municipal. Ni que fuera a pintar la torre de Pisa.
–De Pisa o no, usted sabe que en estos tiempos el dinero no alcanza para nada. Aclaró “El Ruco”, encogiéndose de hombros.
Para esto, el Presidente Municipal que no era una perita en dulce para este tipo de negocios, hizo una mueca en señal de disgusto ante el oficial que, por el temor de recibir alguna represalia, se volvió acomedido y le dijo: –No hay necesidad de enojarse señor presidente. Estoy dispuesto a pintar esa torre sin que se me pague un solo centavo, todo corre por mi cuenta. –¿De verdad que has decidido hacerlo de “gorra”¿ –Así es, –subrayó “El Ruco” y agregó, solo que con una condición.
–¡con la que quieras¡ exclamó lleno de emoción el Alcalde.
–¡¡¡Que me la acuesten¡¡¡. Gritó el pintor, sin esperar respuesta, emprendió la huida por la calle principal.