COLUMNA Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
ALLÁ ES MI TIERRA.
Tepampa es una congregación que está situada aproximadamente a once kilómetros de esta ciudad, el significado de su nombre quiere decir, “por o en razón de la gente”. Hace algunos años, se trasladaban a través de un camino de terracería muy accidentado donde los habitantes se mantienen del cultivo de maíz, chile, frijol y papa. Cuando no hay que cosechar, emigran a las ciudades donde existen fuentes de empleo. Es un lugar donde todavía dos o tres personas hablan la lengua náhuatl.
Narra la profesora Angenlina Sedas Acosta, que, por el año de 1949, fueron invitados a una ceremonia religiosa en donde el acto principal estaba enfocado a bendecir una casa recién construida. El Sacerdote y los padrinos que hicieron el viaje caminando desde Huatusco, al entrar a la comunidad había quietud y silencio, que solo era interrumpido por los perros y gallinas, un ambiente desconocido, los sentidos se activaron para estar alerta ante cualquier amenaza que pudiera sorprender a los que caminaban procurando ser lo más discreto.
“Al pasar por los primeros jacales, nos percatamos que, desde adentro, por las rendijas varios ojos curiosos estaban atentos a nuestros movimientos, sin mayores contratiempos, ya tranquilizados, tomamos en dirección a la capilla. Antes de llegar salió el propietario de la mencionada construcción, hecha de madera con techo de lámina metálica. El Cura se apresuró para desempacar los instrumentos que se utilizan en la ceremonia, la que enseguida se llevó a cabo tal y como lo manda la Santa Iglesia católica.
Terminando de rociar con agua bendita el inmueble, bajo la sombra del techado, varios hombres introdujeron tablones que acomodaron sobre unos burros de palos, los cubrieron con manteles de hule; para sentarse pusieron trozos de madera más pequeños y sobre ellos tablas donde nos acomodamos poniendo por adelante los pies. Luego sirvieron un exquisito almuerzo, con tortillas recién salidas del comal, salsa de molcajete, mole con sabor a humo de leña y un arroz revuelto con papas y pollo. Que delicia disfrutar de una comida sin tanto condimento.
El ambiente se hizo más emotivo cuando surgieron las primeras notas musicales a través de un salterio y una guitarra contratadas para la ocasión. La casa estaba rodeada por los habitantes de la localidad que, fueron atendidos por los dueños, les obsequiaron en la mano algo de lo que se sirvió en las mesas. Los hombres vestían calzón de manta, huaraches de correa y sombrero de palma, las mujeres con enaguas de bayeta, sostenidas con ceñidor, cabello trenzado con listones de colores y pasadores, descalzas y cubriendo medio rostro con su rebozo.
Dio inicio el baile con los que llegamos de fuera, los que estaban de mirones entraron y las muchachas fueron acomodadas en una esquina sobre un petate. Pasadas algunas horas, así lo creímos prudente, antes de que anocheciera, empezamos a despedirnos. Los indígenas, ya animados, comenzaron a bailar entre ellos, las señoritas permanecían sentadas con la cara oculta con su rebozo. Las señoras hacían pareja con los varones, tomados de las manos saltaban y cuando terminaba la pieza, descansaban y se pasaban la botella de aguardiente sin distinción de sexo, diciendo salud en castellano.
En señal de aceptación de la bebida le decía: –“Merecerá usted mi cariño comadrita”. Y ella contestaba, –“gracias compadrito, salud a su merced”. Otros también cortejaban a las damas, –“Buena y mucha salud tenga su merced”. A lo que ella decía: —“gracias por su complacencia”. Todos se incorporaron al festejo con mucho entusiasmo haciendo grande el acontecimiento; nosotros emprendimos el camino de regreso, como era de bajada se hizo menos pesado.
Satisfechos por haber compartido la alegría del compadrito que ya no volveríamos a ver por mucho tiempo. Nos alejamos por las arboladas veredas, dejando atrás el ruido de la música, las voces de los habitantes y las miradas de las jovencitas que con curiosidad nos dispensaron con su presencia. Así son las cosas, nada que podamos hacer.