26/07/2024

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ROBERTO GARCÍA JUSTO

El EJEMPLO QUE TENEMOS QUE SEGUIR.

 

El otoño de este año, terminó en precipitado descenso, los árboles que nutren las altas montañas, llena de abruptas hondonadas y extensas explanadas, empiezan a despojarse de sus hojas. A sus pies se forma una alfombra amarillenta que cubre una parte del suelo en donde las tardes se enredan con las nubes que descienden del volcán Citlaltepec y las noches se tornan notablemente largas y tibias.

Las narraciones cortas son en estos momentos una alternativa para distraerse de las preocupaciones propias de la época de encierro obligatorio. Para los lectores que gustan de pasar unos instantes escuchando música o leyendo algún libro, les sugiero que pongan atención al siguiente relato que es una recopilación de lo escuchado y leído con anterioridad.

Hace muchos años, los habitantes del Señorío de Cuauhtochco, se jactaban de tener una vida de plenas satisfacciones. Era notorio que la gente que se dedicaba a sembrar en el campo, cosechaba en abundancia, complementando su alimentación con la cría de ganado que les proporcionaba leche, carne y piel para varios usos. Las mujeres dedicadas a la labor del hogar, disfrutaban de un ambiente estable y respetuoso.

En esta región se localizan barrancas con sus burbujeantes ríos que, con salvaje fuerza, azota la corriente de agua contra los bordos de piedra y tierra, hasta toparse con algunos remansos para reposar y desde ahí mirar las enormes cumbres que tienen como fondo el espacioso cielo. Cuando la tormenta arrecia, ensordecedores rayos hacen que la tierra se estremezca, acomodando las peñas con el peso de su firmeza.

Los más honorables por su investidura eran los ancianos de la comunidad, en la marcha por la convivencia seguían sin pretexto su ejemplo lleno de sabiduría. Ellos jamás dieron motivos para señalarlos de mentirosos o de mal comportamiento. Poseían la virtud de guiarse en las noches obscuras, por las estrellas, para no extraviarse como sucedió en otros casos. Los vecinos cercanos los envidaban por el ambiente que se respiraba en aquella comunidad.

Nadie supo la fecha exacta, pero llegó el día que terminó esa encantadora convivencia. Los adultos se volvieron irresponsables y viciosos, dejaron de labrar sus parcelas, surgiendo por todas partes el desprecio a las actividades productivas. Por esta razón los caminos se enyerbaron, la lluvia arrastró los puentes colgantes, todos en general se dedicaron a la vagancia, abandonando la familia. Mujeres, jóvenes y niños deambulaban como fantasmas por falta de alimento y decepcionados por el mal comportamiento de los padres.

Aseguran los pobladores que, una noche cuando los perros aúllan y el tecolote canta como ave de mal augurio. Se escuchó una terrible voz que salía del fondo del cerro Acatepec. “Por el libertinaje muchas personas perdieron la vida, prepárense para morir. La naturaleza no puede permitir que la disfruten los holgazanes. Piénselo bien, si no regresan a como estaban antes, todos morirán sin que escape un solo individuo”.

Un silencio se apoderó de la comarca, escucharon con terror el mensaje que grabaron claramente. Al día siguiente se apreció un movimiento inusual, desfilaban cientos de hombres rumbo a los terrenos que esperaban la mano apta para que los desyerbaran. Al poco tiempo se hizo el milagro y la bonanza regresó, gracias a la amenaza de la diosa tierra que no consiente que sus hijos vivan en la miseria por causa de la ociosidad generadora de vicios.

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