Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
DOMINGO DE CINE.
El Teatro Solleiro comenzó a prestar sus servicios al público por el año de 1894, no existía otro inmueble con la capacidad y categoría para entretener a los habitantes de esta Ciudad y municipios circundantes. Periódicamente llegaban de la Capital del País, compañías de cine y teatro con funciones de relevancia cultural. Los empresarios entendían que cuando se exhibían obras interesantes, el lleno era absoluto, manifestándose el gusto por el arte.
El conocimiento y la educación no reconocen estratos sociales, pero, en esa época se diferenciaban los ricos de los pobres. Esto se debía por el sitio que ocupaban en el interior de la sala, construida para albergar a seiscientas personas sentadas. Las plateas estaban reservadas para las familias adinerada que pagaban por mantener su lugar. Le seguían los de la clase media que se agrupaban en los palcos y los integrantes del populacho se apretujaban en galería, o sea hasta arriba.
La arquitectura de este fantástico coliseo tiene mucha semejanza con el estilo francés, en su alrededor, separados por una reja a media altura se ubicaban los palcos. Atrás en la segunda planta destacaba un cuarto cerrado con dos ventanas al frente, apropiado para las cámaras y reflectores. Al frente el foro con sus enormes cortinas que se cerraban al final del espectáculo. Bajo el entarimado se construyeron unos tanques a los que ponían agua a distintos niveles para que la voz de los actores se esparciera por toda la sala.
Antes de cada función, una persona de cualidades especiales, recorría calles y avenidas anunciando con una enorme bocina hecha con lámina, el contenido del programa. Su voz clara y sonora era escuchada por los habitantes, su estatura la premiaba con su cabello crespo y blanquecino, el cuerpo robusto lo matizaba con sus ojos grandes de color azulado. Leonchi Serna se había familiarizado con el pueblo que atento le miraba repasar una y otra vez los pormenores del espectáculo.
Aquel domingo 21 de noviembre de 1937, el público se arremolinaba en el centro, había expectación por ver al ídolo de la canción mexicana, Tito Guizar (José Francisco), Lorenzo de Barcelata (Martín), Esther Fernández (Cruz) y René Cardona (Felipe), principales protagonistas de la película “Allá en el Rancho Grande”. Había dos funciones, a las seis de la tarde y a las nueve de la noche. Los precios, luneta 75 centavos, palcos 40 y galería 25.
A la hora de la salida, no podía faltar doña Rita, a la que inmortalizó la profesora Enriqueta Sehara de Rueda:
“Todas las noches/ siempre puntual/ y sandungera/ llegaba alegre/ la garnachera// Frente del Teatro/ ponía su puesto/ y diligente/ iba a esperarla/ toda la gente// Era una mesa/ con varios platos/ dos o tres ollas/ carne, frijoles/ salsa y cebollas// Muy peladitas/ algunas papas/ manteca buena/ todo incitaba/ para la cena//. Comal de fierro/ y un bracerito/ con buena lumbre/ comprar garnachas/ era costumbre// llevaba enaguas/ muy bien planchadas/ de un buen percal/ y de listado/ un delantal// atendía a todos/ y preguntaba/ roja cual sol/ ¿quieren de papa/ carne o frijol ¿/ Fue doña Rita/ limpia, hacendosa/ mujer sencilla/ su tez quemó/ frene a la hornilla// entre la niebla/ o con la luna/ nunca faltó/ ahí su vida/ ella pasó// Algunas noches/ que voy al teatro/ en la otra acera/ ver, me parece/ a la garnachera// verla entre el humo/ de sus candiles/ luz de arrebol/ servir de papa/ carne o frijol// esas garnachas/ de doña Rita/ apetitosas/ muy calientitas/ y muy sabrosas//”.