Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
VISITA DEL OBISPO GUIZAR Y VALENCIA.
Acompañado de una fama obtenida por su vocación y entrega al servicio de la comunidad católica, el anuncio de la llegada de Monseñor Rafael Guízar y Valencia a la Colonia Manuel González, cabecera municipal de Zentla. Generó una motivación nunca vista, hasta ese instante, en toda la zona que abarca la región cafetalera. Apenas el año anterior se había abolido el Decreto 197 ordenado por el Gobernador del Estado Adalberto Tejeda.
Esta Ley suprimía la actividad religiosa en territorio veracruzano, por lo que, se cerraron los templos y se desató una persecución contra aquellos que intentaban realizar públicamente actos propios de la fe. El 20 de mayo de 1937, terminó esta medida que obligó a muchos de los ministros a seguir con su misión en la clandestinidad. Y así lo hizo Monseñor durante nueve años desde que fue consagrado Obispo de la diócesis de Xalapa el primero de agosto de 1919.
Era el año de 1938, un número importante de vecinos se organizaron para ir en su encuentro a la estación del ferrocarril que se ubicaba en Camarón, hoy de Tejeda. Una larga hilera de camiones y automóviles seguida de gente a caballo y a pie, salieron a recibirlo. No importó lo abrupto de la carretera de terracería que incluía varios ríos y arroyos que cruzaban por la ruta, la ilusión era traerlo con la humildad y el respeto de su investidura.
Las crónicas de ese año (1938) nos dice que el Templo de San José fue insuficiente para dar cabida a los católicos que asistieron a la Santa Misa presidida por el Obispo. Al término de la misma, se reunió con los Sacerdotes de los municipios aledaños para darles instrucciones y a su vez, hacerles el recordatorio de lo importante que es la misión evangelizadora. Dando muestras de sus altos conocimientos de la teoría y práctica teologal.
Por la tarde se reunió con un numeroso contingente de niños para enseñarles lo que es el catecismo, haciéndose acompañar de parábolas del evangelio y ejemplos entendibles para esa edad. Demostró su habilidad para tocar el acordeón y al ritmo de la música, los enseño a orar cantando. Se le facilitaba organizar juegos con los pequeños que se divertían siguiendo sus instrucciones, finalmente hizo algunos regalos destacando estampas de la Virgen de Guadalupe y otros Santos.
Un torrencial aguacero se precipitó a la mañana siguiente de su estancia en la Colonia Manuel González. Por las calles corrían torrentes de agua que hacía temer la suspensión de sus actividades programadas. Esto no desanimó al religioso que se levantó la sotana y metido en los charcos, gritaba con fuerza, “niños y niñas vengan a confesase”, por si pusieran en duda su férrea decisión, demostró que el deber es más grande que la tormenta. Chorreando agua por todo el cuerpo, nadie osó desdeñar el llamado.
Con una asistencia muy destacada, se realizó el Rosario en donde fue expuesto el Santísimo. Los adultos se anotaron en la lista de confesiones para comulgar, para ellos también hubo palabras de aliento. Les informó que su seminario había sido demolido por las fuerzas carrancistas, por lo tanto, necesitaba reconstruirlo ya que: “sin seminario no hay sacerdotes y sin sacerdotes no hay vida cristiana”. “Es un Santo”, murmuró una mujer. Murió a los 60 años de edad y el Papa Juan Pablo II lo Beatificó y Benedicto XVI ordenó el decreto de su canonización, siendo el primer Obispo mexicano-hispano-latinoamericano distinguido por sus méritos.