Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
DE HUATUSCO A COSCOMATEPEC.
Era la ruta más transitada por el hombre que nunca permanece estático, siempre vive en constante movimiento. Hasta 1950 los caminos en partes empedrados y de terracería, estaban adaptados para ser recorridos por bestias domadas para transportar mercancía y personas y los que no tenían, echaban sobre sus espaldas lo que a su parecer debían trasladar. Pocos eran los que se quejaban por la distancia, al contrario, esto significaba una aventura alegre y placentera.
El núcleo poblacional estaba alejado de los centros más desarrollados del país, y las barrancas que lo protegen se asemejan a escudos forjados de tierra, arena, piedra y árboles de varias especies. Es admirable introducirse por las brechas rodeada de matorrales, bejucos, hierba y distintas flores silvestres que surgen por todas partes para tapizar el campo por los cuatro puntos cardinales.
Era un desafío entre el hombre, la distancia y la naturaleza, cruzar los bosques con sus caudalosos ríos, que a cincuenta metros de profundidad serpenteaban entre rocas y troncos creando un cordón de plata, visible y palpable como el rumor de un concierto puro y reconfortante. Con suavidad se mecen las hojas con el aire que choca con los viejos encinos, cuantos colores reunidos en aquellos álamos, ahí junto al liquidámbar, donde las aves conmueven con sus melodiosos cantos.
La humedad de la atmósfera caía permanentemente por todo el cuerpo que se entregaba con humildad para recibir las delicias que proporciona su aroma. Una abundante cantidad de frutas bondadosas y selváticas, deleitaban pájaros, ardillas, tlacuaches y otros animales que saciaban su copioso apetito. Que paisajes tan hermosos, abismos que llenan el espíritu de sueños inalcanzables, al subir y bajar la sangre se agolpa, formando rutas que nos llenan de variados sentimientos.
Aún es tiempo para recordar aquellos silbidos del arriero que de esa manera ordenaba a su recua de mulas, arreciar o disminuir el paso. No había tiempo para distracciones, se tenía que ir muy atento para hacerse a un lado del camino cuando el encuentro era inevitable. De lo contrario, la fuerza y el peso de los cuadrúpedos se encargarían de atropellar lo que enfrente se pusiera. El peligro crecía por lo duro de sus cascos qué, forrados con herradura, imponían respeto.
Aprender a montar a caballo, significaba avanzar enormemente para recorrer grandes distancias. Las familias del ex cantón, procuraban comprar o criar un medio de transporte que también era utilizado para barbechar y acarrear la cosecha. Por ese motivo se expidió el Reglamento de Policía en 1892. Que en su artículo 83 decía: De los animales.
“El que conduzca en la ciudad o sus alrededores algún animal notoriamente enfermo, flaco o lisiado, ya sea cabalgando sobre él o ya obligándolo a soportar cualquier clase de carga, será detenido y castigado por crueldad, con una multa de cinco a cincuenta pesos o el doble en caso de reincidencia. También será detenido y castigado con multa de dos a diez pesos, el que cargue exageradamente a un animal o los estropee golpeándolo con crueldad para hacerlo caminar”.
Cinco horas duraba el trayecto a San Juan Coscomatepec, desde las cinco de la mañana la gente iba en camino, alumbrándose con candiles o rajas de ocote, procurando llegar a tiempo para abordar el “huatusquito” que los llevaría a Córdoba. Por ese motivo es de mucho agrado poder relatar la odisea tan peculiar que enfrentaban los caminantes en una época que no volverá a repetirse.