Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
BRISAS DE PRIMAVERA.
El aire, las nubes y las montañas se unen en silenciosa armonía, descubriendo el potencial de cualidades genuinas que rodean a cada una. Más allá de los amaneceres pintados de un claro y perlado tinte, asemejando paisajes llenos de un sabor penetrante, dispuesto a contagiarnos con la sobrada energía que le proporciona la riqueza natural de la región, resalta el olor único del café.
No existen inquietudes permanentes que invadan la anhelada tranquilidad en momentos como los que nos visten de una fervorosa compañía. Recorrer los caminos de terracería y respirar a cada paso una de sus abundantes humedades, produce ese infinito intercambio que incita al placer y al sentimiento. Aunado a los momentos llenos de recuerdos que diseña un estado fundido en los altos pensamientos como fruto de incalculables dimensiones.
Los síntomas son innegables, el clima nos aprisiona en estos primeros días de mayo, desde que se apoderó de una parte del globo terráqueo. Trae diferentes actitudes a los demás meses, se abren los espacios para recibir los rayos del sol que, conforme se viene la tarde, por momentos la tormenta se apodera violentamente de la región. Buscar refugio para no empaparse, es obligado, de no ser que desee que el sagrado líquido le escurra y tenga contacto con su cuerpo.
Hace ya muchos años, por estos días del mes que está partido en dos, las autoridades municipales exhortaban a la población para que pintaran del mismo color la fachada de su casa. Por esa razón, las del centro se veían igualitas, encaladas y con guardapolvo rojo obscuro. Decían que con esto se actuaba con dignidad y responsabilidad. Nadie quería ser el blanco de comentarios penosos. Los vecinos conservaban calles y banquetas limpias y sin basura.
Se decían orgullosos de la iniciativa de conformar una comunidad que trabajaba para satisfacer sus necesidades de todo tipo y acorde con el medio urbano. No existía la obsesión por vivir de la caridad, esta solo se permitía para los inválidos, los que padecían una enfermedad que no les permitiera realizar ninguna actividad. Tenían que solicitar permiso al edil encargado de la comisión de salud pública para que le extendiera un oficio justificando el motivo de su desgracia.
Las Avenidas y calles del primer cuadro resplandecían por su empedrado colocado con maestría y razonable armonía. Para esta decoración, se utilizaba la mano de obra que se resguardaba en la cárcel municipal. Es decir, la población que purgaba condenas largas, aceptaba a salir custodiados de policías, para a pagar en parte la deuda con la sociedad. Escogían la piedra de los ríos cercanos y la transportaban en mulas, burros o caballos.
Un detalle especial que llamaba la atención de los visitantes, significaba los puentecitos para cruzar las calles. La mayoría de ellos fueron construidos durante el periodo gobernado por don Porfirio Díaz. Siendo Jefe Político del Cantón don Luis Abundio Castro. Pero con los años que pasaron arrasando la fisonomía de ciudad colonial, desaparecieron estas figuras de encantador romanticismo para la juventud y los viejos de aquella época.
Asomaban los primeros estertores del chipi-chipi, el ambiente se estremecía por el olor a pan y flor de cafeto, solían bajar de las comunidades serranas, las vendedoras de pipián para hacer el tlatonile, el chile comapeño para la salsa, la cera pura de abeja para elaborar velas, jamoncillos, ates de membrillo y guayaba. Soñar es una condición humana y lo seguiremos haciendo.