Desde Huatusco
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ROBERTO GARCÍA JUSTO.
COLONIA MANUEL GONZALEZ.
Podría llamársele la ciudad de las cien colinas, debido al esplendido panorama que presentan sus declives pronunciados que se intercalan entre cañadas y barrancas hondas y estrechas desde donde fluyen encantadores arroyuelos que suben y bajan sin cesar.
Desde esa espesa serranía se divisa a lo lejos el Citlaltepec, que se yergue con su impresionante cono blanquecino por la nieve. Jurando permanecer impasible para cumplir los destinos del equilibrio que la naturaleza proporciona a los seres vivos.
Con más fervor a la madre tierra que por estos lares es riquísima en alimentos propios de sus entrañas, se levanta al noroeste ese gigante que los antiguos llamaron el Nauhoampantépetl, tosco y abrupto, colosal y dinámico, bosques y piedras gravitan en su lomo. Más allá y en menor distancia se descubren los montes del Tenejapa y Guadalupe, dando forma a un cuadro de fantasía, pintado por los más famosos acuarelistas del pincel y la paleta para mesclar sus principales materiales.
Trepados en cualquier loma se puede ver el espeso color obscuro que reflejan los intensos nubarrones propios del verano y parte del otoño. Además, con ojos de buena materia, observamos con un especial delirio los distintos matices de la llanura que se une con la costa que se arrastra por el mar. Ya por la noche cuando los vientos disuelven la pertinaz neblina, una lucecilla de un faro que cruza como el rayo anunciando la cercanía con el Puerto a los barcos que navegan por las aguas del océano.
Todo este territorio dotado de virtudes naturales, a una altura de 940 metros sobre el nivel del mar, ubicado estratégicamente en una franja que divide la tierra caliente de la templada, fueron los elementos suficientes para que se fundara en el año de 1882, un pueblo de inmigrantes italianos. Y como el presidente de la República Mexicana, compadre de Porfirio Díaz se llamaba Manuel González, no dudaron en utilizar su nombre. Y que a la posteridad se tomaron las medidas adecuadas para reconocerla como la cabecera municipal de Zentla, Veracruz.
Era necesario trazar calles que cumplieran los requisitos para transitar personas y bestias. Por lo tanto, se hicieron anchas y rectas, aun cuando el suelo no es parejo. Sin embargo, las manzanas fueron adaptadas de tal forma que algunas quedaron geométricamente rectangulares, pero debería entregársele a cada jefe de familia un solar para construir su hogar. Con algunos apoyos del gobierno federal, se levantaron casas modestas de madera. Con la finalidad de tener donde vivir, pasaron a cultivar distintos productos para asegurar el alimento.
Actualmente el Municipio de Zentla tiene una población de 13 409 habitantes, según el censo del año 2015. Su economía es estable y se basa en la producción de café, caña de azúcar, ganadería y en menor escala, maíz, frijol, limón y chile habanero. Se divide en tres ejidos a saber, La Piña, Matlaluca y Rincón Mariano. Con una superficie total de 241 kilómetros cuadrados. Aquí se mesclaron tres culturas, la prehispánica, la española y la italiana.
Por esa situación, la gastronomía se nutre de mexicana: tamales, chicharrones, birria, mole y barbacoa de pollo o de res. Luego también se disfruta la italiana como la polenta, la mortadela, la longaniza, el espagueti, la menestra, la pizza y el pan. Sin dejar abarrotar la mesa con hongos de encino, chicatanas, crucetas y flor de izote.
A 25 minutos de esta cabera distrital, nos comunicamos con esta puerta que comunica con la parte baja del Estado. Hay tantas similitudes que unen a esta región, hasta el grado de sentir que somos una sola comunidad.