Desde Huatusco
3 minutos de lecturaROBERTO GARCÍA JUSTO.
LA GARNACHERA.
El que conoce la historia y las costumbres de su pueblo, es una garantía de que, lo amará y defenderá hasta el último aliento de su vida. En el año de 1930 la sociedad en su conjunto se dividía de acuerdo con su posición económica, con la salvedad de que la mujer era objeto de mal trato y orillada a realizar las tareas más penosas y difíciles. Las viudas, madres solteras y huérfanas se empleaban en casonas de los acaudalados para cocinar, lavar trastos y ropa, planchar, limpiar recamaras, sala y comedor.
Para ellas no existía la posibilidad de estudiar y prepararse profesionalmente al mismo nivel de las de la clase media o alta. Aceptaban esa condición porque eran abnegadas y entregadas a sufrir el menosprecio de un sector que las discriminaba sin compasión. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio se criticaban duramente, si salían embarazadas, sin apoyo de los progenitores o el novio, estaban obligadas a huir del hogar para afrontar sola el problema del alumbramiento y mantención. Por esa razón muchas se iban y no regresaban ni se volvía a saber de su paradero.
En aquella época el comercio era una fuente de empleo para obtener el sustento de muchas personas, entre ellas féminas. Surgida del barrio de la periferia, tuvimos la fortuna que se conociera a un personaje de regular estatura, piel morena que le daba una figura autóctona, sus trenzas de cabello negro y sedoso por el aseo diario, le caían sobre la espalda ancha y vigorosa. Una sonrisa franca que mostraba su blanca dentadura, le proporcionaba los atributos que a toda señora sana la cubre de bondades.
A Francisca no le mortificaba el que dirán, por las tardes en la entrada del mercado Juárez, fijaba una mesa calzándola con lajas para que no se ladeara. Sobre ella colocaba un limpio y bordado mantel, lo suficientemente grande para que los bordes cayeran a su alrededor. Con curiosidad acomodaba los materiales para elaborar su mercancía, es decir, salsa, saleros, platos y otros utensilios. A un lado el anafre con carbón humeante sacaba chispas, sobre un recipiente calentaba la manteca para freír las inimitables garnachas.
La voz populi la conocía como la garnachera, un símbolo de la gastronomía regional, debido a que eran de las mejores por el rico sazón especial que le daba. Sabrosas y exquisitas con sabor y olor a manteca de cerdo, el secreto de la carne cocida en la salsita, se antojaba desde que la gente llegaba a su puesto. Su comportamiento bondadoso lo combinaba con modales que la distinguían por ser comunicativa, atenta y servicial, siempre procurando el menor detalle de sus clientes que la seguían por su carácter que manifestaba con humildad y respeto. Bien merecido el poema dedicado a esta huatusqueña ejemplo de una generación nacida para el trabajo.
LA GARNACHERA.
Todas las noches
siempre puntual
y sandunguera
llegaba alegre
la garnachera.
Frente del mercado
ponía su puesto
y diligente,
Iba a esperarla
toda la gente.
Era una mesa
con varios platos
dos o tres ollas,
carne, frijoles,
salsa y cebollas.
muy peladitas
algunas papas
manteca buena,
todo incitaba
para la cena.
comal de fierro
y un bracerito
con buena lumbre
comprar garnachas
era costumbre.
Llevaba enaguas
muy bien planchada
de un buen percal
y de listado
un delantal.
Atendía a todos
y preguntaba
roja cual sol
¿quieres de papa,
carne o frijol¿.
fue doña pancha
limpia, hacendosa
Mujer sencilla
Su tez quemó.
Frente a la hornilla
entre la niebla
o con la luna
nunca faltó
ahí su vida
Ella pasó.
Algunas noches
que voy al Juárez
en la otra acera
ver me parece
a la garnachera.
Verla entre el humo
de sus candiles
luz de arrebol
servir de papa
carne o frijol.
Estas garnachas
que si me invitas
apetitosas
muy calientitas
y muy sabrosas.
(Enriqueta Sehara de Rueda)